Santiago del Estero, Viernes 19
Abril de 2024
X
Opinión y Actualidad

"Los osos no existen": la mejor película de Jafar Panahi

Tal vez, la película más sofisticada y furiosa del iraní.

31/05/2023

Por Nando Salvá
Para Cinemanía

A Jafar Panahi le tienen prohibido rodar películas hasta 2030 y, pese a ello, desde que la Justicia –es un decir– de su país le impuso esa sentencia el cineasta iraní ha rodado en secreto cinco largometrajes rabiosamente personales que no son ni ficciones ni documentales y que, con grandes dosis de inventiva, reflexionan sobre la esencia misma del cine mientras ponen en evidencia las espantosas circunstancias personales, sociales y políticas que han determinado su creación, y obtienen inspiración de ellas. Y tan singular proyecto artístico halla su expresión más potente –más atrevida, más compleja, más desafiante– en esta película sobre la necesidad de crear imágenes a cualquier precio.

Poco después de terminarla, Panahi fue encarcelado; cuando la presentó en la pasada Mostra de Venecia llevaba 52 días entre rejas, donde acabó pasando casi siete meses. Y ese dato no solo la convierte en una obra aterradoramente profética, sino que también otorga una fuerza adicional a sus argumentos sobre la verdad –cómo es explicada, manipulada, perseguida y burlada–, el exilio y la libertad.

Sí, Los osos no existen es una película furiosa y demoledora. Pero también es sorprendentemente juguetona, en buena medida gracias a ese ingenioso andamiaje que le permite ir revelando constantemente nuevas capas de información y de tensión dramática, y nuevas sorpresas argumentales. La protagoniza el propio Panahi, en la piel de una versión semificticia de sí mismo. Lo vemos escondido en un pueblecito iraní pegado a Turquía, dirigiendo de forma remota una película cuyo rodaje tiene lugar en una ciudad del país vecino.

Más pronto que tarde, se ve envuelto en un conflicto con los lugareños que resultará tener consecuencias tan absurdas como trágicas; un enfrentamiento incitado en parte por él mismo –el desencadenante es una simple fotografía, que el cineasta quizá tomó y quizá no– pero sobre todo por las tradiciones represivas y la masculinidad fanática y supersticiosa imperantes en una aldea que, por supuesto, es microcosmos de todo un país. Y entretanto los protagonistas de la película que está filmando, una pareja de iraníes que tratan de huir a Europa, lo acusan de poner en peligro su seguridad.

En su avance, ambas líneas narrativas van enfrentando a Panahi a las consecuencias que el afán por capturar imágenes fijas o en movimiento acarrea, independientemente de lo nobles o inocentes que sean las intenciones al hacerlo. Y en el proceso queda claro un cambio de posicionamiento: si en el pasado el director ponía el foco en el valor del cine como instrumento para la liberación, ahora parece más preocupado por los peligros que practicarlo acarrea.

Y al mismo tiempo, sin embargo, no podría ser más elocuente al respecto: no tiene otra opción que seguir haciendo películas, cueste lo que cueste. Y considerando que Los osos no existen tal vez sea la mejor de su carrera hasta la fecha, tanto por su extraordinaria carga emocional como por su sofisticación conceptual y su fiereza crítica, no queda sino esperar en que no tarde en arreglárselas para hacer la siguiente.