Esta etapa contempla la construcción del carácter y la personalidad.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre un 10 y un 20 por ciento de los adolescentes sufre algún problema relacionado con la salud mental o con el comportamiento en diferentes grados de severidad.
Las consecuencias de no abordar los trastornos mentales de los adolescentes se extienden a la edad adulta, lo que afecta la salud física y mental y limita las oportunidades de llevar una vida satisfactoria como adultos.
Es una etapa no precisamente fácil donde los cambios son vividos con especial intensidad y como nuevas experiencias importantes y significativas, pero en ocasiones también como momentos traumáticos que pueden llegar a desencadenar en un cierto bloqueo.
Se trata de un momento evolutivo importante y con cierta exigencia social para cualquier hijo adolescente, que puede acabar generando cierta frustración e incluso dañar la propia autoestima del adolescente, pero sobre el que el psicólogo social Guillermo Fouce, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, acerca algunas claves.
“Un adolescente deja de serlo cuando tiene la autonomía para funcionar solo, para vivir solo, para avanzar solo, pero lo que hay en la juventud actual es un bloqueo precisamente porque no se puede vivir solo, no se puede estar solo, no se puede tener una vida autónoma… Todo esto al final genera algunas dificultades, como esa sensación de eterna juventud”, señala.
“Tampoco hay una carrera laboral estable, hay una división de hablar de cosas que sean especialmente tensas con los adolescentes, entran en juego las nuevas tecnologías… La adolescencia no es una enfermedad, pero sí es un periodo de transición en el que los jóvenes casi tienen más claro qué no son, que lo que realmente son y van probando un poco a intentar definirse, a intentar saber quiénes son y todo para seguir intentando encontrar su mundo”, comenta.
Convivir con un adolescente
Una etapa especialmente complicada también para los padres es la convivencia en el hogar, sobre la que Fouce asegura que existe una especie de “misión parental” de evitar entrar en temas controvertidos:
“Una de las cosas que decimos, es que hay una especie de misión parental. Es decir, que de determinadas cosas como la religión, la política o de valores fuertes no se hable y se mantenga una convivencia con el hijo sin entrar en ellas. Eso lleva a que entonces los hijos se eduquen en otros sitios y en otros espacios”, asegura.
El psicólogo también explica que hay veces en las que hay que dejarles espacio, volverán. No hay que entrar en las provocaciones, hay que encontrar ese momento justo en el que se permita el diálogo, la comunicación. “A veces también hay que dialogar con ellos en sus entornos”, sugiere.
Pero todo ello sin ignorar la importancia también de las emociones negativas: “Muchas veces hay una especie de sobreprotección. Es como si a veces no pudiese haber emociones negativas, como si no se viviesen las emociones negativas… Y una de las cosas que hay que revertir es que si no se viven las emociones negativas y no se sienten, no se aprende a enfrentarse al mundo, a enfrentarse a la vida o a los riesgos”.
Aquí es cuando toma especial importancia el diálogo con los hijos y la relación directa con ellos. “Los adolescentes viven mucho también con relación a otros, a cómo le ven otros, a cómo le miran otros. Con respecto a los padres, madres y los adultos en general, lo que hay es una ruptura. Se intenta buscar el sitio y para ello se camina rompiendo esa relación. Lo que yo recomendaría en términos generales sería dialogar, hablar, mirarse a los ojos, tocarse, sentirse, tener al fin y al cabo una relación directa”, concluye.