De súbito, tras la guerra de Ucrania, Occidente, que no alcanza ni al 15 % de la población mundial, ha descubierto que existen más de seis mil millones de personas habitando el resto del planeta.
Por Luis Gonzalo Segura
Para RT
Y más terrorífico aún, ha comprobado que a ese 85 % de la población, y a sus gobiernos, le importa bastante poco mucho de lo que sucede en Europa. Bastante tienen con sus problemas, no pocos originados o causados por los occidentales. Para la Humanidad, Ucrania es solo uno de los más de sesenta conflictos que acontecen en todo el planeta y, además, ¡Oh, my God!, para los no occidentales Rusia no es la mala malísima —Nicaragua, Cuba y Bolivia votaron en contra de expulsar a Rusia del Consejo de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos mientras que México, Brasil y El Salvador se abstuvieron—.
Tal es la debilidad occidental, y de sus tesis, en la mayoría del planeta que, por ejemplo, en el Chile en el que Allende fue asaltado por los secuaces de Kissinger para beneficio de Estados Unidos y Occidente, Zelenski, ese presidente que se presentó en el parlamento griego con un neonazi, ha tenido que conformarse hace escasos días con participar en un foro virtual. El Parlamento chileno se lo encontró cerrado a cal y canto, pues allí no gustan tanto de los neonazis como en los parlamentos europeos.
En este contexto, a resultas del escaso o nulo éxito que la ofensiva mediática occidental ha tenido en el planeta, los esfuerzos se han redoblado, incluyendo una reciente gira latinoamericana de Pedro Sánchez o un nuevo impulso del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell: hay que convencer al mundo de que Occidente es el bueno de la película. Y en ello están.
Por ello, la Unión Europea prepara una ofensiva comercial y diplomática para recuperar su influencia en América Latina y el Caribe, donde habitan 700 millones de habitantes y dos países, Brasil y México, que no tardarán en convertirse en potencias económicas. Precisamente, Brasil busca firmar un acuerdo con Rusia para la exportación de diésel y forma parte del BRICS, esa asociación que puede cambiar el orden mundial para siempre —una asociación, no lo olvidemos, compuesta por cuatro antiguas colonias europeas como Brasil, India, China y Sudáfrica y una gran potencia, Rusia, siempre marginada por Europa occidental—. Una bofetada que se une a las múltiples que está recibiendo Europa en el planeta —recuerden la retirada francesa y europea de Malí—.
En total, el Viejo Continente ha dispuesto un presupuesto de 3.400 millones de euros entre 2021 y 2027 para reconquistar América Latina y una posible inversión de hasta 8.000 millones. Esfuerzo económico que no tiene por objetivo revertir los principales males de la región, la más desigual y violenta del mundo, sino apoderarse de la mayor parte del 60 % de las reservas de litio del mundo —que se encuentran en Bolivia, Argentina y Chile— y de los ingentes hidrocarburos de Venezuela, Brasil y Argentina.
Quizás llegan tarde o quizás su puerta se cerró hace mucho y todavía no lo saben. Veremos.
Un legado de crímenes, explotación y expolio
Por desgracia, ni es lo más importante ni es lo más incapacitante, pues la geopolítica es demasiado fría como para caer en nimiedades, pero la historia de Occidente en América Latina, así como en África, no es una cuestión menor ni por completo olvidada: la explotación de los españoles; el genocidio de los indios americanos —Borrell, afirmó sobre este: "lo único que hicieron fue matar a cuatro indios"—; o los abusos holandeses, franceses o portugueses siguen muy presentes en la memoria latinoamericana.
Así pues, el primer escollo con el que se encuentran los occidentales en la región son los siglos de crímenes, explotación y expolio, los cuales, no lo olvidemos, son determinantes para la situación actual de la región. Como demostración de la impronta de la presencia occidental en América Latina, baste reseñar los últimos escándalos protagonizados por los monarcas y autoridades españolas: la desabrida intervención de Juan Carlos I a Hugo Chávez con aquel "¿Por qué no te callas?", la dura contestación a la carta de Andrés Manuel López Obrador solicitando que España pidiera perdón por la conquista de América o el escándalo —intencionado o no— de Felipe VI en la toma de posesión de Gustavo Petro al respecto de la espada de Bolívar. Todo ello destila un aroma supremacista poco agradable.
Abandono sanitario occidental durante la covid, auxilio chino-ruso
Además, los desagravios occidentales en la región no han cesado en las últimas décadas. Una posición que contrasta con la actuación de China o Rusia, mucho más generosa y sensible con los latinoamericanos. Por ejemplo, mientras los norteamericanos y los europeos mantuvieron una política de vacunación caracterizada por el egoísmo extremo durante la pandemia, hasta el punto de arrojar vacunas a la basura por millones mientras en América Latina o África las tasas de vacunación eran bajísimas —aunque a principios de 2022 América Latina alcanzó un nivel de vacunación excepcional—.
Así, en marzo de 2021, cuando la vacunación todavía no había casi ni comenzado en América Latina y otras regiones del planeta, EE.UU. tenía almacenadas decenas de millones de vacunas. Debido a este egoísmo, Argentina, Bolivia o Paraguay comenzaron su vacunación con la vacuna rusa Sputnik V y Brasil, Uruguay y Perú con las vacunas chinas Sinovac o Sinopharm.
Una vez queda constatado la máxima geopolítica que señala que los espacios abandonados siempre son ocupados.
Abandono comercial europeo, cortejo chino
Más allá de la cuestión sanitaria, el abandono de la región por parte de Occidente es más que considerable. En el caso de EE.UU. por los esfuerzos realizados en Oriente Próximo y en el caso de Europa porque la región no estuvo ni cercana a ser prioritaria en las últimas décadas. Así lo demuestra, por ejemplo, que el acuerdo comercial firmado entre la Unión Europea y Mercosur hace cuatro años no haya llegado a implementarse, aun cuando Mercosur es la quinta región económica del mundo fuera de la Unión Europea con Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Otro ejemplo lo encontramos en la parálisis —debido el proteccionismo de Francia— de los acuerdos de libre comercio de la Unión Europea con dos países de la importancia de México y Chile.
Así, mientras no se celebra una cumbre entre Europa y América Latina desde 2015, China y Rusia se han volcado en la región. China ha multiplicado por 26 su inversión en América Latina; ha conseguido integrar a 21 de los 33 países de América Latina y el Caribe en la denominada Nueva Ruta de la Seda; se ha convertido en el mayor socio comercial en Argentina, México, Chile o Venezuela superando a la Unión Europea; considera socios del más alto nivel a Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela; y su presidente, Xi Jinping, ha visitado la región en once ocasiones. En 2016, el presidente chino había visitado la región en tres ocasiones en tres años, mientras la Unión Europea se mostraba ausente.
Décadas de trabajo chino y ruso
Ahora, a Europa le han surgido las prisas y ha convocado una cumbre ministerial en Buenos Aires para octubre, alarmada por el avance chino y ruso en la región, que ha quedado de manifiesto en el desencuentro actual con muchos países latinoamericanos. La mayoría no comparten que Europa no solo no haya hecho nada por evitar la guerra en Ucrania, sino que la haya azuzado hasta el extremo e incluso no pocos interpretan que la ha provocado —he ahí las declaraciones de Lula o Mújica—. Si los ciudadanos europeos ya empiezan a percibir que la no expansión de la OTAN no merece la crisis actual y el duro invierno que se avecina, es evidente que los latinoamericanos, como los africanos o los asiáticos, no comparten en absoluto la posición europea en Ucrania. De la norteamericana ya ni hablamos.
De hecho, América Latina se enfrenta a una temible crisis de gran magnitud debido a las subidas de los tipos de interés y el agotamiento del margen fiscal, lo que podría provocar protestas sociales y desestabilización política. Y no se trata de lo que Emmanuel Macron ha aseverado hace pocos días al respecto del "fin de la abundancia", pues América Latina no solo es la región del mundo más desigual y violenta, sino que ha sido azotada por la crisis económica de 2008 con tal dureza que, solo unos meses antes de la covid, en octubre de 2019, las revueltas sociales estallaron en Chile y se extendieron a toda la región.
Los latinoamericanos han dicho basta y ello se puede percibir también en el vuelco político en la región hacia gobiernos conformados por progresistas o antioccidentales: Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras, Rodrigo Chaves en Costa Rica, AMLO en México, Alberto Fernández en Argentina o Gustavo Petro en Colombia o Jair Bolsonaro en Brasil —la posible victoria de Lula Da Silva no cambia en este sentido—.
Que, en general, los latinoamericanos hayan elegido gobiernos más cercanos a China y Rusia que a Estados Unidos o Europa demuestra hasta qué punto las políticas extractivas occidentales se están convirtiendo en un boomerang. Una prueba de ello es la abierta simpatía que muestran Brasil y Argentina por Rusia.
Una partida abierta
Por tanto, podemos concluir que Latinoamérica no se ha alineado con las tesis de EE.UU. y Europa en la guerra de Ucrania ni se muestra receptiva a las necesidades europeas de hidrocarburos o materias primas —recuerden el acercamiento norteamericano a Venezuela tras considerarla, junto a Irán o Corea del Norte como el Eje del Mal—, sobre todo porque China y Rusia son percibidas como alternativas a Occidente —piensen el reciente acuerdo entre Brasil y Rusia—. Alternativas más generosas y solidarias, menos extractivas y, sobre todo, menos intrusivas.
En cualquier caso, la partida en América Latina y el Caribe no ha terminado, todavía está abierta, y su resultado final dependerá de la capacidad de los distintos actores para responder a las necesidades de la región —y, aunque Europa y Estados Unidos acaban de descubrir que parten con desventaja, queda por saber si son capaces de averiguar por qué—.