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Opinión y Actualidad

¿La educación tiene dueño?

La libertad y autonomía de las escuelas es esencial y está garantizada en leyes de educación vigentes.

20/08/2022

Por Victoria Zorraquín, en el diario La Nación
¿La educación tiene dueño? Si es así, ¿es del Estado o es de los ciudadanos? ¡Cuidado! Cuando el Estado se pone en actitud de todopoderoso corre el riesgo de convertirse en totalitario.

La libertad y autonomía de las escuelas es esencial y está garantizada en leyes de educación vigentes. Si nos enfocamos en la Ley de Educación Provincial bonaerense, en su artículo 64 reconoce un único sistema de educación pública, con dos modos de gestión (estatal y privada), y en el artículo 65 enumera una serie de criterios generales para la organización de las instituciones educativas (son varios, pero quiero resaltar aquí algunos que muestran esa libertad y autonomía de la escuela). Este último artículo expresa que las instituciones pueden:

a) Definir, como comunidad de trabajo, su proyecto educativo con la participación de todos sus integrantes, respetando los principios y objetivos enunciados en esta ley y en la legislación vigente”.

b) Promover modos de organización institucional que garanticen dinámicas democráticas de convocatoria y participación de los niños, adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores en la experiencia escolar.

c) Brindar a los equipos de la escuela la posibilidad de contar con espacios institucionales destinados a elaborar sus proyectos educativos comunes.

d) Realizar propuestas de contextualización y especificación curricular en el marco de los lineamientos curriculares provinciales, para responder a las particularidades y necesidades de los alumnos y su contexto.

La ley hace clara referencia a que la educación, al igual que la gestión de las instituciones educativas, es responsabilidad de diferentes actores, más allá de que el Estado esté a cargo de desarrollar lineamientos comunes para su funcionamiento y coherencia.

Nadie como el equipo directivo y docente junto a la comunidad educativa de cada institución para saber qué necesita y cuáles son los sueños y desvelos de esa comunidad. Son ellos quienes tienen la posibilidad de advertir antes que nadie que en su escuela la trayectoria de los alumnos no es la esperada o que se escapan de un sistema que los expulsa constantemente.

En la evaluación de continuidad pedagógica que el Ministerio de Educación Nacional hizo en junio de 2020 se detectó que 1,1 millones de chicos y chicas se habían desvinculado de sus escuelas. El 10% del total si se toma a los 11 millones de alumnos que componen la matrícula de los niveles inicial, primario, secundario. Si bien no hay registros oficiales fehacientes, se calcula que fueron muchos más. A estos efectos de la pandemia tenemos que sumarle las alarmantes cifras de pobreza infantil en el país, por encima del 50%.

Si nos enfocamos en los resultados de aprendizaje que observamos en cada evaluación, según las pruebas Aprender 2021 realizadas en 19.638 escuelas primarias en todo el país, los estudiantes tienen mayor dificultad en los aprendizajes en Lengua y mostraron estabilidad en el desempeño en Matemáticas. Los educadores que están a diario en las escuelas ya conocen antes que el Estado los niveles de comprensión de sus alumnos, si pueden o no comprender consignas básicas, y pueden diseñar estrategias para evitar que repitan, abandonen o se frustren.

La situación que se vive a diario las escuelas exige mucho más que “dar clase”, requiere involucrarse de lleno en la vida de cada alumno para lograr sacarlo adelante. Cuando eso significa que un alumno logre leer por primera vez, pero está en tercer grado, o que pueda comprender una regla matemática básica que debería haber aprendido en primaria, pero está en primero de secundaria; es ahí, cuando se necesita un Estado que aliente, que insufle entusiasmo a cada equipo docente, y no un Estado perseguidor y detractor de docentes.

Un Estado que se vuelve totalitario gasta toda su energía en perseguir e impedir en lugar de alentar e inspirar a ir por más. Este es un momento crucial para que las escuelas acompañen a sus alumnos brindándoles las herramientas, espacios y estrategias que necesitan para aprender constantemente y desarrollar habilidades para la vida después de la escuela.

No puedo imaginar que el Ministerio de Educación (nacional o provincial) pueda salir de esta verdadera tragedia educativa solo. La pandemia y el prolongado cierre de las escuelas han dejado efectos parecidos a una gran guerra en el sistema educativo y para salir de esta crisis, necesitamos convocar a toda la sociedad a participar. Así como tuvimos nuestro congreso pedagógico nacional donde toda la sociedad se involucró, hoy necesitamos un plan postpandemia y no un Estado desalentando a la sociedad a participar.

El rol del Estado –a través de inspectores, supervisores, autoridades en cada distrito-, debería estar enfocado en alentar, acompañar, actualizar y capacitar a los equipos docentes y directivos, pero hoy, en muchas provincias, y en silencio, los equipos docentes se sienten perseguidos y atemorizados. Tienen miedo de alzar la mano para decir que no están de acuerdo con una idea o una norma. Tienen miedo porque conocen compañeros a los que les han hecho un sumario por pensar distinto, por tomar una decisión de reprobar a un alumno o de asistir a un congreso o una jornada organizada por una organización no gubernamental. La sociedad civil se está quedando fuera de la educación.

Debemos encontrar un punto de encuentro en el que todos los actores de la sociedad podamos aportar al desafío de recuperar la escuela como un espacio de construcción de libertad. No se trata de tercerizar la educación, tampoco de delegar las responsabilidades que le competen al Estado. Se trata de trabajar por un objetivo común en pos de un país más justo que necesita urgente que todas las escuelas sean espacios de crecimiento, desarrollo y logro de metas altas para todos los estudiantes.

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