Sebastien Pilote dirige esta adaptación de la novela homónima publicada en 1913 por Louis Hémon.
Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas
Quiza sean ganas de aventurarse, pero tal vez el (muy injusto) pinchazo de 'Explota Explota' (Nacho Álvarez, 2020) haya impelido a los responsables de esta 'Voy a pasármelo bien' a plantear su película no tanto como musical saturado de bailes y canciones (que están cuando tienen que estar, y funcionan), sino como una comedia agridulce en la que la música sea omnipresente, pero no vertebre la estructura. Y aunque no estemos, me temo, ante una versión amplificada de 'Las locuras de Parchís' (J. Aguirre, 1982), merece la pena prestar atención a lo que hemos ganado con el cambio.
Vamos a ganárnoslo bien
Ganamos con un excelente guion de David Serrano (urge revisitar su anterior musical, 'Una hora más en Canarias', de grato recuerdo) y Luz Cipriota en el que la protagonista es mucho más que mero interés amoroso, que desmitifica la figura del malote al tiempo que escarba en los amores perdidos invocando a la pizpireta Rachel Bloom y a su, ya clásica serie de TV, 'Crazy Ex-Girlfriend' (2015-2019). Ganamos con una relectura pop del 'It' de Stephen King sin monstruos ni payasos (o casi… ahí está la proterva sombra del bullying). Ganamos con una cálida y sentida reivindicación del cine familiar autóctono que convierte el cliché de cine de barrio y cómic de kiosco (también de barrio) en arma de complicidad y cercanía, mientras construye secuencias tan tronchantes como memorables: ahí está esa fiesta infantil convertida en simulacro del 23F. Ganamos con estos niños actorazos que parecen representar inmortales viñetas Bruguera ('La panda', 'La alegre pandilla', 'Aníbal', 'Los cinco amiguetes').
Un verano made in Summers
Y ganamos con un homenaje al grupo de David Summers que, burla burlando, se erige como todo un señor festival del cine del Summers padre, que glosara las desventuras de los Hombres G en películas tan entrañables y festivas como coyunturales. Para devolverle el testigo y el favor, 'Voy a pasármelo bien' demuestra tener memoria además de corazón: la malicia de 'Mi primer pecado' (1977) y la melancolía de 'Me hace falta un bigote' (1986) reverberan en una obra de autor (los treintañeros como niños eternos, igual que en 'Tenemos que hablar' o 'Días de fútbol') de contagioso vitalismo, pero jamás mecánica o boba, sin gota de nostalgia de brocha gorda. Algo tan fácil de disfrutar como difícil de hacer.