Un grito de “ya no se aguanta más el oprobio acá en la isla” fue lo que ocurrió en los 50 lugares del país donde el pueblo se levantó para clamar por el fin de la dictadura. A lo largo del archipiélago se dieron imágenes inéditas de protesta que uno pensaría tuvieron lugar en cualquier otro sitio de América Latina, menos en Cuba. Porque América Latina lleva demasiado tiempo en ebullición, y Cuba lleva demasiado tiempo sufriendo con los labios mordidos.
Por Abraham Jiménez Enoa
Para The Washington Post
La llama que se prendió este 11 de julio llevaba un tiempo intentando encenderse. Desde el año pasado se han visto chispazos sociales que hacían pensar que el descontento en la ciudadanía era tal, que podía explotar en cualquier instante. Ocurrió con las protestas del Movimiento San Isidro, con las intervenciones del Movimiento 27N y algunos otros sucesos aislados de la oposición que terminaron en golpes que prepararon la puesta en escena de este domingo. Una protesta general de todo un país que deja huecos los argumentos del régimen de que en Cuba los que se oponen y se manifiestan en contra del gobierno son únicamente personas pagadas por la Agencia de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) o por gobiernos extranjeros.
Ahora son personas como la señora a quien vi abrir la puerta de su casa, en la planta baja de un edificio en ruinas de la calle Galiano, Centro Habana, y salir a encarar a varios policías que le daban golpes y enrollaban con sus bastones a un hombre que gritaba desde el suelo el deseo básico que había movido a todo un pueblo: “Esto que me están haciendo es por solo vivir y comer”. La señora, parada delante de los policías en una pose exigente, les gritó sobre la falta de medicamentos y comida, sobre su diagnóstico de COVID-19, sobre la ambulancia que hace días la tenía que recoger: “¿Ustedes creen que esto es un país? ¿Esta basura es la que están defendiendo?”. A ambos los esposaron. A ambos los montaron en una furgoneta de policías mientras una multitud de personas gritaba: “libertad, abusadores, libertad”.
Los cubanos no aguantamos más a este régimen y ese hartazgo ha reventado. Un país desabastecido por completo de alimentos y medicamentos, con un sistema de salud colapsado por el COVID-19, más la escasez de fluido eléctrico y el aumento de la represión política, por fin estalló. Un cúmulo al que hay que sumarle todas las privaciones que ha padecido este pueblo durante las últimas seis décadas por las ineficiencias y el autoritarismo del régimen.
Las multitudinarias concentraciones pacificas de cubanos exigiendo sus derechos y libertades, exigiendo lo mínimo a lo que puede aspirarse en la vida —un plato de comida diario, medicamentos para tratarse— fueron reprimidas por tropas antimotines, brigadas policiales y agentes vestidos de civil que dispararon, golpearon sin pudor y apresaron a quienes se manifestaron.
Las escenas de rostros ensangrentados y de gente reprimida que horas más tardes comenzaron a circular por internet tuvieron un motivo exclusivo: ante el levantamiento popular, el presidente Miguel Díaz-Canel ordenó a sus fuerzas a combatir. “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”, dijo en una franca disposición de violencia para iniciar una guerra civil en el país.
Fue el verdadero pueblo el que perdió el miedo y salió a las calles: los barrios intrincados, los marginales, las provincias rurales, las más pobres, la gente para quien hoy es incluso más difícil que de costumbre sobrevivir en este país. No un puñado de artistas ni opositores que están “instrumentalizados”. Lo que ocurrió nació de la espontaneidad que genera la desidia de un gobierno inepto y eso no se puede eclipsar.
Los cubanos han pasado de la inconformidad doméstica, de quejarse en casa y asentir en público, a la acción, y eso acaba de abrir una grieta en las arterias del corazón del régimen. De ahora en adelante nada será igual en Cuba: el juego cambió y estas nuevas reglas acercan el porvenir. Lo sucedido supone treparnos a un trampolín de despegue que nos puede lanzar o a que el régimen se torne aún más sanguinario y dictatorial para imponer sus normas o a la libertad de los cubanos tras 62 años de sufrimiento.