La continuación independiente de "La maldición de Hill House" nos tendrá más entre lágrimas que detrás de cojines.
Por Mireia Mullor
'La maldición de Bly Manor' tiene que luchar contra lo peor a lo que puede enfrentarse una serie: las altas expectativas y las comparaciones odiosas. Y es que antes que ella en esta antología de terror de Netflix creada por Mike Flanagan estuvo 'La maldición de Hill House', ampliamente aclamada por público y crítica gracias a una adaptación brillante de Shirley Jackson, una atmósfera aterradora y momentos para el recuerdo. Quizás, de primeras, eso es lo que le falta a la nueva temporada, basada en los relatos de fantasmas de Henry James: la capacidad de quedarse grabada en nuestra retina. Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que no nos regale una gran historia entre el terror y la emotividad más humana.
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Todo empieza en una boda en la que una misteriosa invitada (Carla Gugino) decide contar una historia de fantasmas junto a la chimenea. A través de su relato conocemos a Danielle Clayton (Victoria Pedretti), un norteamericana trasladada a Inglaterra que consigue un puesto como niñera en una mansión gestionada desde la distancia por Henry Wingrave (Henry Thomas) y donde viven sus sobrinos, Flora (Amelie Bea Smith) y Miles (Benjamin Evan Ainsworth). En esa mansión de Bly Manor, habitan también el ama de llaves Hannah (T'Nia Miller), el cocinero Owen (Rahul Kohli) y la jardinera Jamie (Amelia Eve). Sobre el lugar pesa la tragedia de la muerte del matrimonio Wingrave, y también el suicidio de la exniñera Rebecca Jessel (Tahirah Sharif) después de tener un tórrido romance con el chófer Peter Quint (Oliver Jackson-Cohen), que se fue un día sin dejar rastro. Como vemos, toda una telenovela la trama de esta segunda temporada, donde no faltan dramas amorosos y las tragedias dignas de un relato gótico clásico.
Con algunos actores que repiten desde 'Hill House' con nuevos personajes (Pedretti, Jackson-Cohen y Thomas, entre otros), la nueva temporada ofrece menos sustos y menos momentos icónicos que su predecesora, algo que quizás tenga que ver con no contar con la ambición de Flanagan como director absoluto (la dirección se ha llevado a siete manos, por lo que la puesta en escena parece estandarizarse) y también que en el material original de Henry James hay otros elementos que pesan más que los golpes de efecto. Y donde los fantasmas no son más que proyecciones de nuestras heridas más profundas.
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De eso va precisamente 'Bly Manor': de un conjunto de personajes de contextos completamente diferentes que se reúnen por casualidades de la vida en los terrenos de esta mansión después de sufrir por amor, ya sea una pérdida prematura, una decisión de la que arrepentirse o una traición imperdonable. Son esos recuerdos, penas y amarguras las que alimentan los mecanismos del terror, esos fantasmas que pululan por la casa y que poco a poco nos irán descubriendo su propia tragedia personal. La atmósfera es aterradora, pero el fin último de la historia nos tendrá más entre lágrimas que detrás de cojines. El brillante último episodio, que ya es puramente la vida real teñida de un poco de fantasía, es escalofriante por las razones que no hubiésemos imaginado al empezar la temporada.
La importancia de la emotividad del relato se complementa con una estructura en forma de rompecabezas (elementos como una grieta en la pared que aparece constantemente a los ojos de un personaje o una frase algo extraña que no deja de repetirse en boca de otro son solo piezas desordenadas que acaban encontrando su sitio al final), que a veces se antoja más una simple ilusión para despistar un poco a los espectadores que algo realmente relevante para la historia. Aun así, funciona y emociona, y se rige por la máxima que indicaba el propio Flanagan: "Los momentos no caen como fichas de dominó, sino como confetti". La causalidad se rinde ante las leyes incontrolables de la vida, la muerte y los recuerdos para elaborar un romance gótico del siglo XXI, un relato que combina el peso trágico de la tradición literaria, las sensibilidades románticas de nuestro tiempo y de vez en cuando también el enrevesamiento de una telenovela de media tarde. Dicho en el mejor de los sentidos.
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Hay otro detalle que une a las dos temporadas de esta antología de Netflix: 'Hamlet'. "Morir es dormir... y tal vez soñar", cita Owen en cierto momento, un fragmento extraído del monólogo más famoso de la obra de William Shakespeare, y que sigue: "Sí, ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar qué sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos". Los sueños post-mortem que son recuerdos en los que los fantasmas quedan atrapados y las manifestaciones tenebrosas que provocan en la historia son parte del corazón de 'La maldición de Bly Manor'. Y se une la cita que se escuchó en 'Hill House' hace ya dos años: "Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía". Al final, esos sueños pesadillescos que dan para buen material en las películas de terror son efectivos, pero lo más aterrador siempre acaba estando en lo terrenal.