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Otto Wächter, el nazi que fue un amoroso padre y un brutal exterminador de judíos

Otto Wächter creó el gueto de Varsovia y masacró miles de judíos. Intentó escapar hacia América del Sur pero sufrió de una misteriosa muerte en Roma, donde estuvo oculto por un obispo pronazi.

16/05/2020

Su misteriosa muerte en Roma, cuando intentaba escapar a América del Sur, es la punta de un ovillo fascinante en la nueva investigación de Phillipe Sands, escritor, abogado y creador del podcast “The Ratline”

Phillippe Sands muestra al autor de la masacre de su familia, Otto von Wächter, en The Ratline. Phillippe Sands muestra al autor de la masacre de su familia, Otto von Wächter, en The Ratline.

El barón Otto von Wächter quería conocer América del Sur. Argentina, probablemente, donde los contactos de la Ratline (literalmente Línea de Ratas: el sistema de escape clandestino al que recurrieron otros prominentes nazis tras la derrota del Tercer Reich) solían tener su primera escala. Por entonces Juan Domingo Perón y el Vaticano conservaban relaciones armónicas, y así Adolf Eichmann y Erich Priebke, por ejemplo, hicieron del país de las pampas sus nuevos hogares. Otros llegaron allí, como Josef Mengele, y pasaron a Paraguay y finalmente a Brasil, donde murió por causas naturales en una playa. También podía tocarle Bolivia, como a Klaus Barbie. Pero Wächter iba paso a paso, y el primero era llegar a Buenos Aires.


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Había vivido cuatro años escapando —era julio de 1949— desde que los aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial y personas como él fueron acusadas de delitos contra la humanidad y genocidio. El Brigadeführer se ocultó en los Alpes austríacos hasta que el obispo Alois Hudal, el pronazi más conocido del Vaticano, asumió su protección.

Otto von Wächter (izq.) con Heinrich Himmler (centro), en 1942. Otto von Wächter (izq.) con Heinrich Himmler (centro), en 1942.

Así llegó a Roma, donde pudo respirar en paz, como huésped del monasterio Vigna Pia, por primera vez desde que lo acusaran por la expulsión de 68.000 judíos de Cracovia, el encierro de otros 15.000 en el Gueto de Varsovia y la muerte de casi todos, además otros 100.000 masacrados en Galiztia, cuando fue gobernador de los territorios ocupados por los nazis en Polonia y lo que hoy es Ucrania. Fueron tres meses tranquilos: nadó regularmente en el Tíber, trabajó como extra en una película y borroneó un manifiesto sobre el futuro de Alemania, al que tituló “Quo Vadis Germania?”.

Entonces una misteriosa enfermedad interrumpió sus planes.

—No es cierto —dijo en 2017 Horst Wächter, el hijo sobreviviente del nazi, en el castillo del siglo XVII, en Austria, donde vive.

—¿Qué cosa no es cierta? —le preguntó Philippe Sands, escritor, abogado y especialista en derechos humanos, a cuya familia en Lviv (que entonces se llamaba Lemberg) Wächter había masacrado: 80 personas, exactamente, hombres, mujeres y niños.

—Que mi padre murió de una enfermedad.

Hacía cinco años que Sands, autor de Calle Este-Oeste, un libro sobre los juicios de Nuremberg traducido a 26 idiomas, conocía al hijo de Wächter. No podía creer que hubiera esperado tanto para decirle que pensaba que su padre había sido asesinado por encargo de Josef Stalin.


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A medida que el cuadro de Otto Wächter se agravó, fue necesario que lo atendieran en un centro médico. Dos monjes lo dejaron en la puerta del Hospital Espíritu Santo, con documentos que aseguraban que se llamaba Alfredo Reinhardt, tenía 45 años —tres menos de los que en realidad acababa de cumplir—, era soltero —estaba casado con Charlotte, quien lo había ayudado a sobrevivir en su huida— y era escritor.

En la cama 9 de la Sala Baglivi, en estado grave y tras más de 10 días sin poder comer por una atrofia hepática aguda, Wächter soñaba con Argentina. Con mejorarse y huir hacia Argentina.

Recibió tres visitas: un obispo cercano al papa Pío XII, un médico que había trabajado en la embajada de Alemania en Roma durante la guerra y una dama prusiana casada con un académico italiano, posiblemente un miembro de enlace de la Ratline. El 13 de julio la mujer le llevó una fruta y conversaron en voz muy baja; había otro paciente en la cama de al lado. Él se sentía mejor y le dijo, según la mujer le escribió a la esposa de Wächter el 25 de julio:

“Si Lo [como llamaba a Charlotte, o Lotte] no puede venir ahora, no importa, porque me sentí tan cerca de ella estás últimas noches interminables que estoy feliz de que nuestra unión sea tan fuerte. Ella me comprende por entero y todo ha sido como debía ser”.

Agregó que esperaba que al menos Otto, el mayor de sus seis hijos, pudiera visitarlo. Ella asintió; no tenía sentido contradecirlo, era un hombre agonizante. Su pronóstico estaba complicado por una diabetes y una infección, y la penicilina lo debilitaba. Murió el 14, luego de que Hudal le diera la extrema unción.


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Esa carta quedó en manos de Horst, y a partir de ella el hijo del nazi comenzó a pensar en el asesinato de su padre. Compartió con Sands ese y otros documentos, entre ellos las cartas entre Wächter y Lotte, y así Sands, también profesor de University College London y creador del podcast The Ratline, de BBC Radio 4, reconstruyó la historia de amor, mentiras y crímenes que acaba de publicar con el mismo título.

En busca de la historia familiar

Todo comenzó a finales de 2010, cuando Sands viajó a Lviv, en Ucrania, para dar una conferencia sobre delitos de lesa humanidad y genocidio. “Pero la verdadera razón del viaje fue un deseo de encontrar la casa donde nació mi abuelo”, escribió en su nuevo libro. Leon Buchholz y un primo fueron los únicos sobrevivientes de su enorme familia aniquilada.

Otto von Wächter fue el responsable del asesinato de 80 familiares de Sands. Otto von Wächter fue el responsable del asesinato de 80 familiares de Sands.

Sands descubrió otra cosa en Lviv: que los dos juristas que habían definido “delito de lesa humanidad” y “genocidio” en 1945 también eran de allí, Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin. Y como Leon, habían sobrevivido al exterminio de judíos en la región de Galitzia que habían ordenado Hans Franz, gobernador general de Polonia, y su delegado local, Wächter. Esa es la historia que contó Sands en Calle Este Oeste.

Para escribirla habló con Niklas Frank, el hijo del nazi condenado a muerte en Nuremberg y ahorcado. Había leído su libro, Der Vater (El padre), y se había estremecido por el ajuste de cuentas que Niklas había hecho.

Se encontraron en la terraza de un hotel cerca de Hamburgo. Frank hijo le contó que conocía al hijo de Wächter. Y se ofreció a presentarlos, recordó Sands en The Ratline. “Con una suave advertencia: a diferencia de él, que tenía una perspectiva negativa de su padre —‘Estoy en contra de la pena de muerte, excepto en el caso de mi padre’, me dijo antes de que hubiera pasado una hora de que nos conociéramos— Horst se afirmaba a una mirada más positiva del suyo”.

El hijo de Wächter


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Horst lo recibió con una camisa rosada y Birkenstocks, le ofreció amablemente un té y le presentó a su esposa, Jacqueline. Nacido en 1939, recibió su nombre por el himno nazi “Horst Wessel”. Había cuidado a su madre en sus años finales, porque su hermano mayor había muerto y sus hermanas habían emigrado. La historia familiar era un problema enorme para todos. Pero en vez de dejar el país, como ellas, él prefirió “dejar la normalidad”.

Le facilitó las fotos familiares, las cartas de amor entre sus padres y el diario de su madre, donde Sands buscó la fecha en que Frank le informó a Wächter sobre la “solución final”: la entrada del 1º de agosto de 1942 sólo registraba que Lotte había jugado al ajedrez con su invitado.

Horst Wachter en su castillo, donde dialogó con Phillippe Sands. Horst Wachter en su castillo, donde dialogó con Phillippe Sands.

Y entonces Horst le contó cómo veía a su padre. “La responsabilidad histórica de su padre fue un asunto complejo. Otto estaba en contra de las teorías raciales, no veía a los alemanes como superhombres y a los demás como Untermenschen. ‘Quería hacer algo bueno, quería que las cosas progresaran, quería encontrar una solución a los problemas de la Primera Guerra Mundial’”, lo citó Sands. “Su padre era un hombre decente, un optimista que trató de hacer el bien pero terminó atrapado en los horrores que ocasionaron otros”. Es difícil recorrer el laberinto moral de Horst, quien por ejemplo entregó a instituciones públicas varias obras de arte tras la muerte de su madre: su padre las había robado y el saqueo le parecía mal.


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El hijo del nazi le escribió a Sands correos electrónicos, en los que —por ejemplo— le mostró una foto, “una marcha de hermosas niñas en honor de la división Galitzia de las SS que mi padre creó allí”, o le aseguró que su padre no había sido responsable de crímenes. “En cambio, fue ‘un hereje en peligro’ dentro del sistema nacional socialista, que se oponía a las acciones raciales y discriminatorias que se aplicaron en los territorios ocupados por los alemanes”. Su madre siempre había pensado que Wächter había sido un buen hombre que había hecho lo correcto. Sands tenía que ver sus cartas, escuchar los audios que ella había grabado poco antes de morir.

“Se deportan cada vez más judíos. Mucho amor para los niños”

Como si le pidiera que limpiara el honor mancillado de su padre, le ofreció acceso a todos sus documentos. Eso hizo bien difícil el pedido: cada papel lo incriminaba más. Una tarjeta de felicitación de Heinrich Himmler para su cumpleaños 43. Un ejemplar firmado de Mein Kampf. Una carta de Otto a Lotte en la que le dice que fue a un concierto hermoso pero que también pasaban cosas menos agragables: “Mañana tengo que hacer ejecutar a otros 50 polacos”.

—"Tengo que" —señaló Horst, seriamente tratando de explicar que su padre no quería—. Todos los ejércitos hacen matanzas en represalia. Él no decidió matarlos. Fue algún juez de la Gestapo.

Pero otras cartas de Wächter a su mujer dicen cosas como: “Hubo que hacer mucho en Lemberg [...] y actualmente se llevan a cabo grandes acciones judías. Mucho amor para los niños. Te quiero muchísimo”; o “No hay mucha mano de obra por acá”, se quejaba de los problemas que tenía su jardín. “Se deportan cada vez más judíos y es difícil conseguir polvo de ladrillo para la cancha de tenis”.

Dos hijos de nazis: Horst Wachter (izq) con Phillippe Sands y Niklas Frank, hijo de Hans Frank, condenado en Nuremberg y ejecutado. Dos hijos de nazis: Horst Wachter (izq) con Phillippe Sands y Niklas Frank, hijo de Hans Frank, condenado en Nuremberg y ejecutado.

La voz aguda de Lotte tampoco ayudó: “Yo era una nazi entusiasta”, la escuchó decir Sands. Su marido le parecía guapísimo: “Con su abrigo negro de las SS con solapas blancas sobre el uniforme de las SS se veía espléndido”. Ella lo ayudó con mapas y apoyo logístico, como comida, a esconderse en los Alpes. Se atrevió a reunirse clandestinamente con él para que viera a sus hijos en el verano de 1948, y él se arriesgó a llegar hasta Salzburgo en la navidad de ese año para pasarla con ellos. Fue la última vez que Horst vio a su padre y no lo reconoció en ese hombre disfrazado que llegó a la casa.

¿Envenenado?

El relato de Lotte, quien murió convencida tanto de las bondades del Tercer Reich como de que su esposo fue envenenado, llevó a Sands hasta Karl Hass, uno de los autores —junto con Priebke— de la masacre de las Fosas Ardeatinas. Wächter comenzó a sentirse mal, y empeoró en cuestión de horas, luego de haber “disfrutado de un almuerzo en el lago Albano con un viejo camarada”, según le escribió en una de sus últimas cartas. Sands identificó que se trataba de Hass.

El viejo camarada no había podido huir: lo habían detenido los aliados. Sin embargo, no fue juzgado por crímenes de guerra.


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De hecho, vivió hasta 2004 y hasta tuvo tiempo de intentar proteger a Priebke: en 1995, cuando debía declarar en juicio contra el Hauptsturmführer que acababa de ser extraditado por aquel asesinato de 335 civiles de Roma, intentó escaparse del hotel donde esperaba ir a los Tribunales. Pero resultó herido al descolgarse de un balcón.

Se cree que en 1945 Hass hizo un acuerdo con la contrainteligencia militar de los Estados Unidos. Según los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), hacia 1949 Hass era la fuente principal del Proyecto Los Angeles, una red de espías en la que participaron ex nazis, funcionarios del Vaticano —entre ellos, Hudal— y neo-fascistas para seguir a los comunistas de Italia. Pero en ese métier Hass se habría hecho demasiado amigo de algunos de sus espiados. Hasta su muerte se sospechó que había sido un agente doble de la Unión Soviética.


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Se cree que aquel mediodía en el lago Albano Hass le hizo una oferta de trabajo a Wächter, pero no para el país con el que su camarada habría negociado a cambio de su vida. Y como Stalin no aceptaba un “no” por respuesta, lo habría envenenado: eso creyó Lotte toda la vida, y eso cree todavía Horst.

Un hombre encantador que ama a su padre nazi

Luego de la guerra, en Salzburgo, Lotte y sus hijos vivieron en el ostracismo. Al crecer Horst se preguntó si su padre había sido, como todos decían, un criminal. Su madre no lo creía, y él amaba a su madre. Así él llegó a una suerte de acuerdo consigo mismo que permitió ver a Wächter bajo una luz más amable. “Hizo una distinción: el padre como un individuo, como un mero engranaje en un sistema poderoso, parte de un grupo criminal más amplio. Horst no negaba los horrores de un holocausto, de millones de personas asesinadas. Había sucedido y estaba mal, punto. ‘Sé que el sistema era criminal, que mi padre era parte del sistema, pero no pienso que él haya sido un criminal’”, lo citó Sands.

Horst Wachter (sentado a la izq.), su madre y dos de sus hermanas y su padre de pie. Horst Wachter (sentado a la izq.), su madre y dos de sus hermanas y su padre de pie.

Para el escritor era difícil, por no decir frustrante, hablar con ese hombre inteligente, curioso y tan abierto a conocerlo todo sobre el pasado de sus padres que hasta le había brindado fuentes únicas, pero que a la vez no podía aceptar lo que era una obviedad. Sands juntó a Niklas Frank y Horst Wächter en un documental para la BBC, Mi herencia nazi: lo que hicieron nuestros padres, pero aun entonces Horst siguió aferrado a su imagen positiva de Otto.


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“Horst es un hombre encantador”, dijo Sands a History Extra, al hablar de su libro. “Un hombre encantador que ama a su padre, quien fue un nazi importante. Lo acusaron de asesinato en masa y si lo hubieran atrapado sin dudas lo hubieran condenado, y sin dudas lo hubieran ahorcado". Él lo sabía: por eso usó sus conexiones en la iglesia católica para escapar vía la Ratline.

Tres documentos y un misterio de la humanidad

Aun si hubiera deseado alentar las fantasías de Horst, cosa que no deseaba, Sands no habría podido seguir adelante luego de encontrar, en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, tres documentos imposibles de refutar. El primero fue un memo que Wächter envió días antes de llegar a Lemberg, cuando todavía los 80 miembros de la familia de Sands estaban vivos: puso en marcha “la deportación de los judíos económicamente improductivos” de la ciudad. El segundo —firmado el 13 de marzo de 1942— selló el destino de la familia de Sands: creó “límites estrictos para el trabajo que los judíos podían realizar en Galitzia”. Los demás serían “transportados" al campo de exterminio de Belzec.


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Mucho más inquietantes resultan los ecos del tercer documento. Es una carta de Himmler, quien visitó a Wächter en Lemberg en agosto de 1942, luego de la masacre de 40.000 personas y le preguntó si preferiría que lo destinaran a Viena, cerca de su familia. El barón von Wächter rechazó el ofrecimiento.

Eli Rosenbaum, quien pasó más de 30 años en el Departamento de Justicia en la búsqueda y acusación legal de criminales de guerra nazis, le dijo a Sands: “El caso de Wächter es el único que he conocido en el que a alguien realmente le ofrecieron la oportunidad de trasladarse, de cesar su implicación en crímenes, y la rechazó".


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Sands estimó que ese es el gran misterio de la humanidad que subyace a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. “¿Cómo explicamos que personas con alto nivel de educación, inteligencia y cultura puedan involucrarse en asesinatos de masas?”, preguntó en The Ratline. “En mi opinión, no es correcto etiquetarlos como monstruos, simplemente. Es mucho más complejo, y en estas cartas y diarios se tiene la sensación de que Otto von Wächter tenía una identidad doble. Por un lado fue alguien que participó en los crímenes más atroces, pero por otro lado fue un padre y un esposo increíblemente cariñoso”.

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