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Armas biológicas: de la peste bubónica al coronavirus

Historias de guerra y muerte. Cadáveres contaminados arrojados en la Edad Media, Japón bombardeando peste bubónica a una aldea china, hasta hoy que algunas hipótesis señalan al coronavirus como un producto de laboratorio.

09/05/2020

Cada vez que surge una nueva enfermedad, y más aún cuando esta se convierte en epidemia o, como en el caso de la infección por Coronavirus que causa la Covid-19, en una pandemia, las versiones, hipótesis, teorías y rumores de que se trata de un arma biológica – utilizada intencionalmente o diseminada por accidente desde algún oscuro laboratorio – corren como reguero de pólvora.


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En las últimas décadas ocurrió con la pandemia de la infección por el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), causante del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), y luego con las llamadas gripe aviar y gripe porcina. En todos estos casos, las investigaciones científicas más rigurosas descartaron la posibilidad, aunque las creencias siguieron activas.

En el caso del coronavirus, el miedo y la incertidumbre, sumados a la ingente cantidad de información que circula estos días acerca del virus –parte de ella surgida de fuentes poco confiables-, han ido generando un caldo de cultivo propicio para la creación de suposiciones, conjeturas y teorías conspirativas.

La naturaleza del coronavirus

La confusión con respecto a la causa de la Covid-19 –muchas veces potenciada intencionalmente en el marco de conflictos políticos y económicos que nada tienen que ver con la salud– se ha expandido al mismo ritmo que la pandemia, lo que llevó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a advertir sobre los peligro de lo que se ha definido como “infodemia”, es decir una corriente de desinformación que se está propagando más rápido incluso que el propio virus.

La investigación científica dice otra cosa sobre la Covid-19 y ha demostrado el origen natural del virus que la causa, el Coronavirus. En un trabajo publicado el 20 de marzo por la prestigiosa revista Nature, un equipo internacional de científicos dejó en claro que las características del virus “descartan la manipulación de laboratorio como origen” de la enfermedad.

Los autores de la publicación señalan dos posibles escenarios del origen del virus: en el primero, el patógeno evolucionó hasta su estado actual transmitiéndose entre huéspedes animales antes de infectar al paciente cero; el otro, en cambio, supone que el coronavirus evolucionó directamente en el organismo humano antes del comienzo del brote.

Las sorprendentes teorías sobre el origen del Coronavirus

Frente a los resultados de la investigación publicada en Nature y a las afirmaciones del Comité Científico de la Organización Mundial de la Salud se pueden encontrar hipótesis y teorías que dicen lo contrario.


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La más relevante – por el prestigio de quien la plantea – es la que presentó Luc Montagnier, ganador del Premio Nobel por su trabajo sobre el VIH-SIDA pero a la vez una figura muy controvertida en la comunidad científica.

El investigador francés sostiene que el coronavirus “fue creado. Ha habido una manipulación del virus: al menos una parte, no la totalidad. Hay un modelo, que es el virus clásico, que proviene principalmente de los murciélagos, pero al que se han agregado secuencias de VIH. En cualquier caso, no es natural. Es el trabajo de profesionales, de biólogos moleculares. Un trabajo muy meticuloso. ¿Con qué objetivo? No lo sé”.

En ese sentido, hay quienes afirman que el virus salió de un laboratorio chino, más precisamente del Laboratorio de Microbiología de Wuhan, la ciudad donde se detectó el paciente cero de la pandemia.

Abonando esa teoría, el presidente del Instituto de la Población, el estadounidense Steven Mosher, escribió en The New York Post: “¿Cuántos ‘laboratorios de microbiología’ que trabajan con ‘virus avanzados como el nuevo coronavirus’ hay en China? Resulta que en todo el país hay solo uno. Y ese laboratorio singular se encuentra en la ciudad china de Wuhan, que precisamente es... el epicentro de la epidemia".

En la misma dirección apunta el documental “El origen del Coronavirus de Wuhan”, del periodista Joshua Philipp, en una de cuyas partes se apoya en la teoría de la científica china Shi Zhengli, quien trabaja desde 2015 con virus sintéticos. Según Philipp, esa investigación “prueba o apoya con fuerza la hipótesis de que no es posible que [el coronavirus causante del COVID-19] se haya generado en una transmisión zoonótica natural, sino que tuvo que provenir de un ambiente hospitalario, de laboratorio, casi con certeza las instalaciones de investigación con nivel de bioseguridad 4 en Wuhan”.

Virología en clave política

La mayoría de las teorías sobre el origen artificial del Coronavirus se pueden leer en el marco del creciente enfrentamiento entre los Estados Unidos y China en el plano económico y geopolítico.


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Hace apenas unos días, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, volvió a apuntar contra China por el origen del nuevo coronavirus. “Hay una enorme cantidad de pruebas de que es allí donde comenzó”, dijo a la cadena ABC, sobre el Laboratorio de Wuhan. Y agregó que China “hizo todo lo posible para asegurarse de que el mundo no se enterara a tiempo. Fue un clásico esfuerzo de desinformación comunista”.

La respuesta China no se hizo esperar, aunque fue por vía indirecta, en una editorial del periódico estatal Global Times. “Dado que Pompeo dijo que sus afirmaciones están respaldadas por ‘evidencia enorme’, entonces debería presentar esta supuesta evidencia al mundo, y especialmente al público estadounidense al que continuamente intenta engañar. La verdad es que Pompeo no tiene ninguna evidencia”, dijo.

La creencia de la Covid-19 podría ser un arma biológica está reforzada en el imaginario social por la historia misma de la humanidad, a lo largo de la cual hubo conflictos bélicos en los que se utilizaron “las pestes” como armas de guerra.

Los Hititas y la fiebre de los conejos

El registro más antiguo de un agente biológico que fue utilizado para dañar al enemigo en el durante una guerra proviene de una serie de textos hititas que datan de alrededor de 1.500 años antes de Cristo.

En estas tablillas, encontradas en las ruinas de Hattusa, se relata cómo, durante la expansión imperial, personas víctimas de la talaremia, conocida como la fiebre de los conejos o la fiebre de las liebres silvestres, una enfermedad causada por la bacteria Francisella tularensis, fueron enviadas a las tierras enemigas para que contagiaran la enfermedad a los locales.

Es la primer arma biológica documentada de la historia.

El ingenio innovador de los hititas en el arte de la guerra no se limitó solamente a la utilización de un arma biológica. Por la misma época inventaron el carro ligero de combate, de dos ruedas y tirado por dos caballos. Sus ocupantes disparaban flechas antes de la carga, durante la cual usaban lanzas.

El precedente asirio

Aunque no existen documentos que lo prueben, algunos historiadores sostienen que mil años antes que los hititas, los asirios utilizaban una toxina, la ergotamina, para contaminar los pozos de agua donde se abastecían sus enemigos.

La ergotamina causa el ergotismo, una enfermedad que muchos años después sería llamada Fiebre de San Antonio –o fuego de San Antonio-, cuyo cuadro clínico empieza con alucinaciones, convulsiones y contracción de las arterias. Las víctimas comienzan a sentir un frío intenso en las extremidades, que pronto se convierte en una sensación de quemazón. El cuadro desemboca en una necrosis de los tejidos, la aparición de gangrena e intensos dolores abdominales. Si el afectado no muere, generalmente queda mutilado, a menudo perdiendo todas sus extremidades.

Las tarántulas de Pirro

Otro caso muy poco documentando pero que algunos historiadores consideran probable, fue la utilización de tarántulas por parte Pirro, rey de Epiro, un reino helénico del Siglo II Antes de Cristo ubicado en la región montañosa de lo que hoy es el norte y el oeste de Grecia.

La historia cuenta que luego de una feroz batalla contra los romanos, donde perdió casi todo su ejército (de allí la expresión “victoria pírrica), Pirro regresó a Epiro dispuesto a vengarse de sus enemigos. Lo hizo enviando a centenares de agentes que llevaban arañas venenosas hacia distintas ciudades del imperio romano, entre ellas Taranta, que se vio prácticamente invadida por esos arácnidos, cuyas picaduras provocan, entre otros síntomas, temblores incontrolables en las piernas. El veneno, en no pocos casos, resulta mortal.

De esos movimientos provocados por el veneno proviene el nombre del baile tradicional italiano conocido como “la tarantela”, ya que se creía que moverse “alocadamente” limitaba el dolor y contrarrestaba los efectos de la picadura.

Los bombardeos de “la peste” medieval

Durante casi un siglo, hasta principios del Siglo XIV, los jefes mongoles de lo que se llamó “La Horda de Oro” permitieron a los comerciantes italianos –sobre todo genoveses– instalarse en el sur de la península de Crimea, en la actual Feodosia, por entonces llamada Caffa, una ciudad que se transformó rápidamente en un polo mercantil.


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Sin embargo, pronto un fenómeno religioso modificaría la convivencia pacífica en la región. La conversión al Islam de buena parte de la población del imperio hizo que la presencia de comerciantes y guerreros cristianos se volviera indeseable.

En 1343, Yanibeg, el kan de Kipchak, ordenó expulsar a todos los europeos de la península. Logró ocupar la ciudad de Tana (en la costa del mar de Azov, donde los italianos habían construido un consulado y abundantes puestos comerciales), pero fracasó en su intento de rendir Caffa.

La ciudad resistió durante tres años y la situación de las tropas mongoles que la asediaban se volvió crítica cuando muchos de sus guerreros fueron víctimas de la peste. Según el relato del notario italiano Gabriel de Mussis –encerrado en Caffa-, a los mongoles se les amorataba la piel y morían como moscas, víctimas de la fiebre y de los bubones pútridos que les crecían en las ingles y las axilas.

En medio de esa peste que parecía obligarlo a levantar el asedio de la ciudad y huir de esa región de muerte, el Kan Yanibeg encontró una solución que le permitió, aún a costa de seguir perdiendo a sus tropas, quebrar la defensa de la ciudad.

El notario de Mussis lo cuenta así: “Los tártaros, agotados por aquella enfermedad pestilencial y derribados por todas partes como golpeados por un rayo, al comprobar que perecían sin remedio, ordenaron colocar los cadáveres sobre las máquinas de asedio y lanzarlos a la ciudad de Caffa. Así pues, los cuerpos de los muertos fueron arrojados por encima de las murallas, por lo que los cristianos, a pesar de haberse llevado el mayor número de muertos posible y haberlos arrojado al mar, no pudieron ocultarse ni protegerse de aquel peligro. Pronto se infectó todo el aire y se envenenó el agua, y se desarrolló tal pestilencia que apenas consiguió escapar uno de cada mil”.

El efecto fue devastador, ya que las poblaciones de Oriente Medio, aunque seguían muriendo por la peste, tenían formadas defensas naturales tras siglos de convivir la enfermedad. En cambio, los europeos, sin defensas naturales, morían como moscas. En los años siguientes, la peste bubónica se expandió por Europa y acabó con la vida de un tercio de la población.

En Francia también

Casi al mismo tiempo que los tártaros asediaban Caffa, en el norte de Francia las tropas que sitiaban el castillo de Thun L’Eveque en Hainault tampoco encontraba cómo quebrar la resistencia de sus ocupantes.

Luego de meses de infructuosos ataques con las armas convencionales de la época, decidieron enfermar a los ocupantes del castillo arrojando por sobre los muros caballos y vacas muertas, e incluso algunos cadáveres de soldados, para lo cual utilizaron catapultas.

Al cabo de unos días el olor insoportable y un brote infeccioso hicieron que los franceses abrieran las puertas del castillo y decidieran firmar un tratado muy desventajoso.

Casi un siglo más tarde, en 1422, en Karlsten, Bohemia, las fuerzas que sitiaban el castillo utilizaron el mismo recurso, utilizando los cadáveres de los soldados caídos en batalla. La ciudadela resistió casi cinco meses, pero finalmente debió rendirse, cuando quedaban muy pocos defensores que no habían caído víctimas de la infección.

Viruela y fiebre amarilla

De la Edad Media en adelante también abundan los casos en que los ejércitos utilizaron armas biológicas para vencer a sus enemigos. Durante la guerra por la independencia de los Estados Unidos, los británicos trataron de dispersar viruela entre las tropas norteamericanas. No tuvieron éxito porque los infectados fueron puestos rápidamente en cuarentena.

Años más tarde, durante la Guerra de Secesión, los Confederados utilizaron dos recursos biológicos, también con poca suerte. Por un lado, infectaron los pozos de agua con cadáveres; por el otro, mediante agentes que operaban tras las filas enemigas, intentaron contaminar con viruela y fiebre amarillas la ropa y las sábanas que se proveían al ejército yanqui.

Japón contra China

Congshan, una minúscula ciudad en el sureste de China, es el único lugar donde se ha documentado el uso de un arma biológica durante la Segunda Guerra Mundial, cometidos por unidades secretas de las fuerzas de invasión japonesas que ocuparon gran parte de China entre 1931 y 1945. Fueron pruebas con la intención de utilizarlas a mayor escala.

En agosto de 1942, un avión arrojó sobre el poblado “una especie de humo”, como lo describió la lugareña Jin Xianglan. Dos semanas después, las ratas empezaron a morir en masa. La fiebre se extendió entre la población, como primera señal de un brote de peste bubónica que causó la muerte a 392 de los 1.200 pobladores.

Cuando los japoneses tomaron el lugar, el 18 de noviembre, quemaron todas las casas tocadas por la plaga. “Enterrabas a los muertos sabiendo que al día siguiente te enterrarían a vos”, contaría años después Wang Peigen, uno de los pocos supervivientes del ataque, que tenía entonces 10 años.

Los hechos y la infodemia

Entre otros, estos hechos históricos donde realmente se utilizaron agentes biológicos como armas de guerras son los que hoy sirven para abonar la falsa creencia de que la actual pandemia de Covid-19 es resultado en un producto de laboratorio.

No hay pruebas científicas de que así sea, sino de todo lo contrario: el coronavirus es un producto de la naturaleza y su diseminación no ha sido manipulada. Sin embargo, la infodemia sobre la infección por coronavirus alimenta su credibilidad en historias como estas y elabora las más sorprendentes teorías.