El noruego autor de la masacre de Oslo, en 2011 que dejó 77 muertos, escribió un manifiesto que es replicado por terroristas neonazis en todo el mundo.
Los terroristas de extrema derecha son muy afectos a dejar manifiestos antes de cometer sus crímenes. Tobias Rathjen, que atacó en dos bares de inmigrantes en la ciudad alemana de Hanau dejando 10 muertos y varios heridos, también tenía sus escritos. Un panfleto de 24 hojas en el que expresa su xenofobia, su misoginia y reivindica al considerado como “el santo”, “el comandante” de la ultraderecha, Anders Behring Breivik, el noruego que mató a 77 personas en 2011 en un campamento de verano de las juventudes socialistas, en las afueras de Oslo. Los supremacistas de todo el mundo se alimentan de estos manifiestos que circulan por los chats encriptados de Internet a los que se conectan permanentemente. Todos hacen referencia a Breivik.
El manifiesto de es Brenton Tarrant, el terrorista responsable del ataque en la mezquita Al Noor de Christchurch, Nueva Zelanda, en marzo del año pasado, es un buen ejemplo de este tipo de textos. Tarrant escribió un panfleto de 78 páginas titulado “El Gran Reemplazo”, en el que rindió homenaje a una serie de terroristas de ultraderecha, incluido el estadounidense Dylann Roof, el italiano Luca Traini, el sueco Anton Lundin Pettersson y el británico Darren Osborne.
El 22 de julio de 2011, Breivik, entonces de 32 años, hizo detonar un coche bomba en Regjeringskvartalet, el distrito de las oficinas gubernamentales en Oslo. Afectando a varios edificios y desatando el fuego en el ministerio de Petróleo y Energía. Después, se dirigió hacia el norte, donde los jóvenes del Partido Laborista Noruego, en el gobierno, realizaban su encuentro anual en la isla de Utoya. Se presentó con uniforme de oficial de la policía y pidió que los presentes se congregaran para advertirles de unas medidas de seguridad especiales en prevención de un atentado terrorista. Cuando los jóvenes comenzaron a juntarse en una explanada del edificio principal, Breivik comenzó a disparar con un rifle de asalto y una pistola. Asesinó a decenas y otros murieron ahogados o cayeron por un alto barranco al intentar escapar. Fueron 69 los muertos, la gran mayoría adolescentes, y en total fueron 77 las víctimas. A Breivik lo atraparon y condenaron a 21 años de prisión.
Antes del atentado, Breivik había colgado en Internet un documento titulado “2083: Una Declaración de Independencia Europea”, en el que denuncia “al marxismo cultural y la inmigración musulmana”. Estaba convencido, de acuerdo a lo que escribió, que su acción despertaría a los europeos a rebelarse contra “los males del multiculturalismo”. Durante el juicio dijo que había atacado el campamento de verano juvenil al que asistieron los hijos de políticos liberales noruegos como “venganza” por “el abrazo del gobierno noruego a los inmigrantes musulmanes” y su ideología que acepta “culturas ajenas al sentir noruego y europeo en general”. En su manifiesto, Breivik lamenta que Europa se hubiera desviado de lo que él consideraba las idílicas normas sociales de la década de 1950, con roles de género estrictos y una población étnica homogénea. Para dejarlo más en claro, el noruego se presentó a varias audiencias del juicio haciendo el saludo nazi y un cartel en el que se leía “Heil Hitler”.
Desde entonces, Breivink es nombrado en los foros ultraderechistas como “el santo” o “el comandante”. Tarrant, por ejemplo, le dio el título honorífico de “Caballero de la Justicia y Jefe Supremo”. Es el líder a seguir a pesar de que nunca fue el cabecilla de ningún grupo y que, hasta donde se pudo investigar, actuó solo y no compartió su plan de ataque con ninguna otra persona. Pero se convirtió en algo potencialmente más peligroso: un símbolo, héroe y mártir para individuos y grupos que caen bajo la amplia carpa de la ideología neonazi y la supremacía blanca, particularmente aquellos que abogan por el uso de la violencia contra inmigrantes, musulmanes, judíos y cualquier político que se considere que tiene inclinaciones liberales o que adoptan el multiculturalismo o la tolerancia de otras razas, religiones y sectas.
Desde siempre, los grupos políticos, religiosos y filosóficos de cualquier signo necesitan de figuras inspiradoras. Personajes míticos que con el tiempo ven agrandada su figura y legado por parte de sus seguidores que comienzan a considerarlos por encima de todo y de todos. Incluso, son reivindicados por facciones totalmente opuestas. Líderes populistas de los años 50 del siglo pasado fueron tomados como íconos tanto por militantes de ultraderecha y la guerrilla de origen marxista al mismo tiempo.
Breivik llevó una vida irrelevante hasta que cometió los atentados. De acuerdo al diario Verdens Gang, es hijo de una familia de clase media sin participación política. Estudió en la Escuela de Comercio de Oslo donde ingresó a una rama estudiantil de la logia masónica denominada Logia San Juan San Olaf de las Tres Columnas. Pero fue más una cuestión de pertenecer a algún grupo durante la adolescencia que cualquier otra cosa. Luego se especializó en Informática y se afilió al partido de centro Fremskrittspartiet, (Partido del Progreso). Tampoco allí tuvo una actuación destacada. A los 23 años fundó su propia compañía de programación. En su perfil de Facebook se autodefinía como “pagano y conservador”, y expresaba sus simpatías por Winston Churchill y el héroe noruego antinazi de la Segunda Guerra Mundial, Max Manus. En 2002 dice que comenzó su transformación ideológica y se fue radicalizando. Fue cuando, de acuerdo a su declaración en el juicio, avanzó con los preparativos de los atentados que le llevaron nueve años. También es cuando comenzó a escribir y reescribir su manifiesto que terminó teniendo 1.500 páginas.
Las ideas expresadas en sus escritos –nada que no se hubiera escuchado antes- resonaron e hicieron efecto en el llamado “anillo exterior” de los nacionalistas blancos, los que apoyan estas ideas o al menos no están dispuestos a hablar en contra de ellas. Un sector de la opinión pública que está alimentado por políticos populistas que critican la inmigración y asumen (¿inadvertidamente?) algunas de las posturas de Breivik, como ocurre en Hungría, Italia y Polonia. El manifiesto de Breivik se ajusta a la narrativa de que todos los males sociales de Europa se pueden atribuir a los inmigrantes, que traen consigo el crimen y el terrorismo. Las mismas ideas que son cultivadas por cientos de miles de activistas de la llamada “alt-right” en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, entre otros países. El profesor Daniel Byman, de la universidad de Georgetown, lo describió así en el sitio Slate: “Tenemos que entenderlo. Hay que ver al terrorismo de ultraderecha de la misma manera que vemos la ideología yihadista salafista, el terrorismo de ambos bandos está globalizado y golpean con los mismos métodos”.
A pesar de esto, aún hay una reticencia de algunos líderes en poner en la misma balanza a los extremismos de uno y otro lado. La Administración Trump redujo considerablemente la financiación de los programas de desradicalización que comenzaban a funcionar en Estados Unidos. Y el propio presidente minimizó la amenaza que representa el ultranacionalismo blanco. Cuando se le preguntó, después de los ataques en Nueva Zelanda, si veía que la amenaza planteada por los nacionalistas blancos estaba creciendo respondió que “es apenas un pequeño grupo de personas”. Sin embargo, son cientos de miles los que participan de los chats en sitios web como Gab y 8chan, considerados como refugios seguros para que los neonazis interactúen y donde los elogios hacia Hitler y los nazis son muy comunes. “Las personas como Breivik pueden actuar como multiplicadores de fuerza, proporcionando cierta apariencia de coherencia a un grupo desparejo de individuos con cosmovisiones aparentemente incipientes, todo ello a lo largo de un espectro que abarca desde aquellos que se dedican a la ironía hasta los verdaderos creyentes incondicionales que se ciernen en el precipicio de la violencia política”, explica el periodista especializado en el tema Peter Kuras en The Guardian.
Los servicios de inteligencia alemanes creen que en todo el país, hay unos 12.000 activistas de extrema derecha y que podrían participar en actos de violencia. Una semana antes de los atentados de Hanau, la policía desmanteló una célula neonazi integrada por 12 militantes, entre ellos un agente de investigaciones. Formaban parte de la organización Der harte Ken (El núcleo duro) y estaban planeando una serie de ataques contra mezquitas, políticos liberales y solicitantes de asilo. Los miembros del grupo se habían conocido a través de un chat de WhatsApp y tenían vínculos con los Soldados de Odin, un grupo de extrema derecha prominente en Escandinavia. En enero, la policía alemana había allanado las casas de los miembros de Combat 18, otro grupo neonazi con una creciente presencia en toda Europa. En octubre de 2019, un supremacista blanco atacó una sinagoga en Halle, Alemania, con una pistola impresa en 3-D. En junio de 2019, el político a favor de los refugiados Walter Lubcke fue asesinado por un extremista neonazi. La canciller alemana, Angela Merkel, dijo tras el ataque de Hanau que “el racismo es un veneno, el odio es un veneno. Y este veneno existe en nuestra sociedad y está provocando demasiados eventos trágicos”.
Rathjen, el asesino de Hanau, se suicidó después de matar a su madre. Cuando la policía lo identificó y llegó a su casa, unas horas después de los atentados, encontró los dos cadáveres y el manifiesto. El fantasma del “santo” Breivik rondaba la escena.