En 2007 pasaba por el mejor momento de su carrera cuando el remise en el que viajaba chocó de frente con una cosechadora. Un país rezó por ella: estuvo al borde de la muerte. Al salir del coma, había perdido la memoria. Hoy disfruta de sus dos pequeñas hijas, aun cuando le habían dicho que ser mamá le resultaría casi imposible.
Era mucho más que no saber qué le había sucedido, por qué estaba ahí desde hacía días, semanas (¿o ya eran meses?); qué le había provocado esos vendajes, la cadera fracturada, el brazo izquierdo maltrecho, el suero, los analgésicos. Era también no saber cómo se veía, cuál era la imagen que le devolvía el espejo. Y no saber, además, quiénes eran esas personas que decían ser sus parientes (mamá, papá, hermanos), a quienes jamás había visto en su vida, estaba segura. Y sobre todo era no saber quién era ella. O quién había sido hasta que todo esto había sucedido. Lo que fuera que había sucedido.
Todo eso desconocía Mariana de Melo. Y entonces, quiso saber.
Lo hizo a partir de la desobediencia de dos prohibiciones que le habían impuesto. La primera: verse en alguno de los espejos de su casa que estaban tapados. “Quiero mirarme”, le dijo a Rosana, la hermana que nunca se despegó de su lado. “No, no... -fue la respuesta, fiel a lo convenido con el equipo médico que estaba abocado a su recuperación-. No podés". “Pero quiero”. Y lo hizo.
“Fui como pude, porque todavía no podía caminar bien -recuerda hoy Mariana-. Y apenas llegué al espejo, que mi hermana no quería pero bueno... llegué, me vi: estaba con la cara súper hinchada, sin la oreja izquierda, con el pómulo lastimado, los ojos cerrados, la cabeza toda cortada y rapada. No me podía parar derechita porque todavía no caminaba porque no tenía fuerza en la cadera, y estaba así, como una viejita. Me miré... y no lo pude creer. Me sentí horrible, un monstruo. Me puse a llorar. Y me dije: ‘¡¿Qué va a ser de mi vida?! No quiero estar en este mundo si estoy así’”.
La segunda desobediencia le permitió empezar a tomar conciencia de dos circunstancias: qué le había sucedido y quién era. Conectarse a Internet -lo que tenía prohibido, al igual que mirar televisión- e “investigar” -como lo define- la ayudó a enfrentar la pérdida de memoria que le provocó el accidente. Porque eso había sido: un brutal accidente automovilístico.
“Agarré la compu y empecé a acercar las imágenes, y así fue que me enteré que yo salí de un auto que habían chocado, que el tractor pasó por encima nuestro, por eso estaba toda rota. Y ahí empecé a recordar que sí, que era yo, que era conocida, que trabajaba con mi imagen, que siempre estaba bien. Y de repente ver que estaba en ese estado...".
En la mañana del 16 de diciembre de 2007,
Mariana de Melo -por entonces una de las
modelos y actrices más populares de la televisión y el teatro- venía a bordo de un remise que la traía de regreso a
Buenos Aires luego de un desfile en
La Pampa. Había cierta urgencia en ese viaje: ese mismo día la esperaban en
Capital para grabar un programa de televisión, y pasar la noche en un hotel, descansar, nunca fue una posibilidad. Iba sentada atrás; a su lado viajaba su asistente,
Fernando Correa.
A las 7:45 de ese domingo, en el kilómetro 343 de la
Ruta 5, a la altura de
Pehuajó, el
Peugeot 206 en el que viajaba Mariana embistió de frente a una cosechadora.
Correa salió del coche sin heridas de consideración al igual que el hombre que manejaba el tractor. Pero
el chofer del remise murió en el instante. Y
Mariana quedó atrapada en el vehículo, con su vida aferrada a la mano de alguien. O de algo. Esto nunca lo sabrá.
“Yo estaba dormida cuando pasó el accidente. Pero lo que sentí es que salí de mi cuerpo y me fui
a un lugar divino, del que no quería volver nunca más:
había mucho amor, paz; era un lugar tranquilo, cálido. Y tenía a alguien agarrándome de la mano todo el tiempo, y yo andaba con... este ser. Iba a decir ‘con esta persona’, pero en realidad no puedo decir qué era.
Era un ser que me llevaba y me daba paz y tranquilidad. Y estaba súper feliz".
El paso de Mariana por aquel lugar fue fugaz. “
De repente este ser me agarra fuerte la mano y me lleva al cuerpo. Cuando me lleva al cuerpo, le digo: ‘Ay, pero yo no quiero estar acá, yo quiero irme con vos’. Y me dice: ‘No, no, no, todavía no es tu momento. Tenés que quedarte acá’. Y bueno, así fue que seguramente seguí en coma, o como sea”.
De Melo fue trasladada al hospital. El médico que la atendió habló con la prensa: informó que su salud estaba “muy comprometida”, con “hemorragias internas en el abdomen”. Y que sería operada de urgencia.
Edema cerebral, fractura de cadera, fractura de la tercera vertebra cervical, heridas cortantes en la cabeza,
un brazo que podría ser amputado; aquella mañana el panorama era más que desalentador.
Todavía hoy, cuando De Melo se cruza con alguno de los doctores que la atendieron en su recuperación, son los propios médicos quienes se asombran al encontrarla. “No me daban esperanzas de vida: creían que iba a quedar en
estado vegetativo. Y de repente verme ahora, entera, con mi familia, con todo... para ellos es algo groso”. Para ella, también: “De a poquito fui sacando fuerzas, haciendo el tratamiento, tratando de recuperarme. Fue duro, pero pude salir”.
Aquella sería la primera de una decena de cirugías que le realizarían en casi dos años. Una gran parte fueron estéticas, como la reconstrucción de su oreja izquierda o las realizadas en su
pómulo derecho. “Cada vez que tenía alguna operación y me ponían la anestesia, yo quería irme. Decía: ‘Dios, llevame, llevame con vos...’. Porque ya había vivido lo anterior, cuando pasó el accidente y yo estaba en ese lugar divino. Entonces le pedía a
Dios que me llevara a ese lugar. Nunca sucedía... Cuando me despertaba, decía: ‘¿Por qué estoy acá? No quiero esto’. Era como que todo el tiempo quería arreglarme para ver
si Dios me llevaba. Y no, nada".
Una de esas operaciones fue muy delicada, de urgencia, debido a una obstrucción intestinal. “Esa vez volví a ver a este ser, que nuevamente me agarró la mano y me dijo que me quedara tranquila, que yo iba a estar bien. Pero no me llevó con él a ese lugar al que yo había ido. Se quedó al lado mío todo el tiempo, me daba
tranquilidad y paz. Y yo le decía: ‘
Llevame, por Dios, llevame, quiero ir ahí’. Y: ‘No, no es tu momento, tenés que quedarte acá, todavía no’. Y ahora me doy cuenta porqué ‘todavía no’”.
—¿Y por qué es eso?—Por lo que tengo hoy: mis hijas, mi familia, que es lo más lindo que me pudo pasar en la vida aparte de lo que viví con este ser, que me llevó arriba. Hoy soy una mujer muy feliz. Estoy en paz, muy tranquila.
En el dedo anular del brazo que a Mariana iban a amputarle hay ahora un anillo: sella su compromiso con
José Fortunato, su marido. “Nunca había prosperado una relación con nadie hasta que lo conocí y nos enamoramos. Él me había contado sus sueños: quería ser padre y tener una familia numerosa. Eso me generaba culpa. ‘Pobre, lo estoy arruinado, le tengo que contar la verdad’, pensaba yo”.
Mariana se explica. “Cuando salí de alta me dijeron que los primeros tres, cuatro años,
no iba a poder quedar embarazada, que los iba a perder. Y que posiblemente nunca iba a poder continuar con un embarazo, que por ahí no iba a poder ser madre (suspira). Yo sabía eso pero él no, él no lo sabía”.
Así fue como una tarde lo llamó a José: “
Cuando vuelvas del trabajo necesito hablar con vos”, le avisó. Esa noche se sentaron frente a frente. "Te voy a decir la verdad:
me dijeron que posiblemente no pueda ser madre. Y como vos me dijiste que querías tener hijos tengo que contarte esto para que tomemos una decisión y nos separemos”. Él sonrió: “¿Estás loca? Yo estoy con vos porque te amo. Y vamos a luchar. Y vamos a poder. Y si no podemos, no importa: quiero estar con vos, quiero vivir con vos”.
Se casaron. “Y ahí empezó la lucha por buscar un bebé -recuerda Mariana-.
Quedaba embarazada y siempre los perdía, no prosperaba. Y de estar súper feliz, otra vez venía el bajón. Así estuvimos, buscando mucho tiempo: perdí seis embarazos.
Hasta que un día apareció Lupe. Yo casi no salía de la cama, caminaba despacito, no hacía nada porque sino la podía perder. Pero el embarazo siguió, siguió, siguió... Y
Lupe nació. Y después quisimos tener otro hijo, y lo perdimos. Hasta que apareció
Zoe. Imaginate la felicidad que tengo de estar con ellas. Ahora me dedico cien por ciento a ellas.
Quiero tener más hijos, pero después de todo lo que sufrimos tengo miedo. Tenemos miedo”.
Este lunes 16 de diciembre Mariana festejará con
Lupe, Zoe y Juan un nuevo cumpleaños. Porque desde hace un tiempo el suyo ya no es más el 9 de enero, el día que nació en
Misiones, 38 años atrás. “Ahora lo festejo en esta fecha porque para mí lo que pasó en el accidente es un nacimiento. Así que ya cumplo 12, soy muy joven -dice, casi susurrando, y ríe por su ocurrencia-. Llegar a esta fecha para mí es muy importante porque volví a vivir. Es lindo ver que la luché, que pude seguir adelante. Y acá estoy.
Tengo vida".
—¿Y en qué momento te miraste al espejo y volviste a aceptarte, o se te despertó una sonrisa?—¡Nunca!
—¿Nunca...?—No, no; es un chiste (sonríe). Al principio fue muy fuerte ver esa imagen mía en el espejo, cuando me di cuenta de que era yo, y de que estaba
acostumbrada a desfilar, a estar impecable. Y no a estar como estaba. Fue difícil. Pero al año y medio, dos, cuando empecé a recuperarme y verme bien, empecé a aceptar lo que me había pasado. Ahí me di cuenta: “
Sí, puedo; puedo seguir luchando, puedo verme bien, puedo arreglarme”. Imaginate: las mujeres tenemos algo en la cara y ya queremos taparlo con maquillaje, y yo no tenía oreja, me la reconstruyeron; tenía el pómulo todo cortado, los ojos cerrados, y me lo arreglaron. Y después, cicatrices en el cuerpo, por todos lados. Soy un mapa (hace una mueca), pero me quiero así.
Aprendí a aceptarme.