Una mirada hacia la pasión por el fútbol en el mundo de los más pequeños.
Se vuelve extraño encontrar una mañana nublada y fresca en el octubre del Norte Argentino; cuando la excepción a la regla surge, aprovecho el día y bajo con el equipo de mate al patio del edificio de departamentos donde vivo.
Resulta particular también que un pequeño de 7 años se acerque a entablar una charla con un desconocido. Cuando ambos factores se conectan puede nacer una historia, dura de contar, pero necesaria para el desarrollo social del futuro.
Aquél pequeño estaba con su pelota y entre palabras me invitó a jugar. Después de un par de pases cortos y risas cómplices me relató que una vez hizo un gol de penal; lo alenté a repetir la osadía y deliramos juntos cuando lo consiguió otra vez.
Me atreví a preguntarle si jugaba en algún club y con pesar me respondió que hace un tiempo había dejado de ir porque sus compañeros no le daban “pases” y su director técnico con el pasar de los partidos dejó de ponerlo.
Tenía que irme, lo despedí con un abrazo de gol y un hasta pronto. Pero sus palabras siguieron dando vuelta en la cabeza y el corazón… “deje porque mis compañeros no me daban pases y el técnico no me ponía”. No llegaba a entender que esto podía suceder.
Recordé mi etapa de niño y como el fútbol no era una competencia, es más solíamos expresar “nos vamos a jugar a la pelota”.
Habían pasado dos décadas, pero en el camino en lugar de avanzar, me estaba dando cuenta que se estaban retrocediendo un par de escalones.
Comencé una pequeña investigación cual si fuera un agente del servicio secreto; interrogué amigos que ya tienen la dicha de ser padres y el orden o diversidad de los factores seguía sin alterar el producto, igual que una fórmula matemática.
Me encontré con padres de miradas esquivas y bajas, la expresión justa que el cuerpo tiene cuando te dañaron el alma. De padres que tuvieron que secar lágrimas inocentes ante una situación inexplicable.
El relato se repetía, niños que no jugaban ni siquiera un minuto por decisiones del técnico. Lo que me sorprendía era la edad; la variable se movía entre los siete y diez años. Una etapa totalmente formativa, donde se deben enseñar y dejar la competencia de lado.
Tomé la decisión de dirigirme a las fuentes. Busqué en los cimientos de AFA (Asociación del Fútbol Argentino); fue grande y grata la sorpresa cuando me crucé con un Boletín Especial publicado el 25 de abril del corriente año.
La entidad madre de nuestro fútbol había tomado la decisión de modificar el reglamento para la categoría 2009 (10 años) y las anteriores dado la situación que se venía repitiendo.
Entre sus puntos más destacados se expresaba la modificación de las dimensiones del campo, de los arcos; la utilización de una nueva tarjeta, de color verde, para premiar la caballerosidad y buenas acciones dentro del campo; y la más redundante de todas:
“Participarán de los partidos nueve (9) jugadores por equipo con cinco (5) suplentes. Todos los cambios deben realizarse en carácter de obligatorio y cada jugador debe participar del juego al menos diez (10) minutos”.
Lo leído era un halo de aliento, sin embargo, un viejo refrán popular de nuestro país me colocaba en la situación actual, “del dicho al hecho hay un largo trecho”.
En la fría letra del comunicado se dejaba en claro el objetivo formativo de los torneos a disputarse en esas categorías, pero en la puesta en práctica de los que toman decisiones estaba muy lejos de ser una realidad.
Intenté justificar en primer término el accionar de los encargados, aunque se volvía titánico encontrar una justa causa; y mientras más buscaba, quedaba más al desnudo su desacierto.
Al seguir avanzando en el camino nebuloso que provoca el no comprender lo cruzada que pueden quedar las rutas entre el deber y el hacer, me topé con un enorme proyecto impulsado por AFA, bajo el lema “Proyecto de Selecciones Nacionales 2018-2028”.
Sin dudas un proyecto que nace a la vista de la hegemonía del fútbol europeo a nivel mundial en los últimos 17 años; no es una casualidad que se deba buscar cuatro mundiales atrás para encontrarnos con un campeón del continente (Brasil en Corea-Japón 2002).
Una buena nueva golpeaba a la puerta al observar que la causalidad de ese poderío europeo, asentaba su raíz en el proceso formativo.
Una radical diferencia entre un proceso que dura 15 años en su forma natural, al de nuestro continente que no sigue un orden progresivo y en una faceta incompleta solo cuenta con 7 años máximo.
Además de la diversidad de contextos socio-culturales, hay que sumar la exigencia desmedida desde niveles iniciales que sortea el desarrollo correcto desde lo fisiológico, físico-motor, técnico, táctico, madurativo y psicológico.
La falta de organización en el sector infantil y juvenil; dejando al descubierto la falta de formadores especializados en el fútbol entre las edades de 6 y 13 años que exigen la competencia temprana, convergen para llegar a un grave error desde las raíces.
Aplicable en todos los ámbitos, “cuando el árbol nace torcido, difícil de enderezar”.
Tras los ejemplos citados que gritan al horizonte, pruebas fundadas en datos precisos, preferí cruzarme de vereda y analizarlo del otro costado.
Del lado humano. Ponerme la ropa de Director Técnico por un instante, cerrar los ojos, mirar la línea de cal que me separa de donde ocurren las acciones y cancinamente girar la cabeza, para clavar la vista en el banco de los suplentes.
Mirar ese brillo en los ojos, presumiendo que los voy a llamar para que entren a jugar. Ver esa sonrisa pura que solo tienen los niños, aguardando una seña para que salgan a ser felices.
Pero finalmente me quedo en el reloj, los minutos que restan y el resultado adverso. Vuelvo la frente al partido y le doy la espalda a la ilusión. No resisto la escena y retorno a la realidad que no deja de ser hostil.
Si no crees en las estadísticas, si piensas que esa no es la respuesta para volver a ser campeón del mundo, regresa por un segundo a tu niñez.
Cuando el resultado no importaba, cuando eras campeón desde el momento que empezabas a correr detrás de ese cuero; cuando te abrazabas con tus amigos sin mirar resultados y eras dichoso al verlo a tu padre sonriente del otro lado del alambre.
La vida, en la madurez, se transforma en una ladina exitista que no respeta sueños; dejemos que, en la niñez, se sigan abrazando quimeras con la bandera de la sana inocencia.
Que los grandes practiquen fútbol, que los niños jueguen a la pelota.
*por Pablo Abelleira / Periodista de Canal 14 de TIC