Con ese propósito, establecieron que los comicios generales debían realizarse dentro de los dos meses anteriores a la conclusión del mandato del presidente en ejercicio, y que el eventual ballottage tendría lugar dentro de los treinta días siguientes a la primera vuelta electoral.
La triste experiencia que dejó la crisis hiperinflacionaria de 1989, cuando Raúl Alfonsín debió anticipar la entrega del poder al entonces presidente electo, Carlos Menem , llevó a los convencionales que, en 1994, reformaron la Constitución Nacional tras el Pacto de Olivos a tratar de acotar al máximo posible el período entre las elecciones presidenciales y la entrega del mando. Con ese propósito, establecieron que los comicios generales debían realizarse dentro de los dos meses anteriores a la conclusión del mandato del presidente en ejercicio, y que el eventual ballottage tendría lugar dentro de los treinta días siguientes a la primera vuelta electoral.
Pero esta lógica que impusieron los convencionales constituyentes para evitar una larga y conflictiva transición entre las elecciones y la transmisión del mando se vio afectada con la creación de las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), mediante la reforma electoral sancionada en 2009, que impulsó el gobierno de Cristina Kirchner .
Las PASO mostraron el domingo pasado su costado más perverso. Y no solo por su monumental costo, de alrededor de 4000 millones de pesos, y por su inutilidad en la práctica para seleccionar a través del voto popular a candidatos que en su gran mayoría han sido elegidos a dedo por las cúpulas partidarias.
La perversidad del sistema de las PASO radica en que, al llevarse a cabo cuatro meses antes del traspaso del poder presidencial, anticipan todos los tiempos, generando la posibilidad de que, si su resultado fuese concluyente en favor de la oposición, como acaba de ocurrir, se acentúe la debilidad del primer mandatario en ejercicio y se acelere el riesgo de una crisis institucional.
Nadie imaginó que unas primarias podrían tener la capacidad de sustituir en los hechos a una elección general y virtualmente consagrar a un presidente sin un acto electoral formal como el que deberá realizarse el 27 de octubre. Pero hay quienes pueden estar tentados de pensar que, en este momento, hay dos presidentes, lo cual resulta una aberración.
La situación derivada de la abultada derrota de Mauricio Macri ante Alberto Fernández en las PASO por 15 puntos le plantea un nuevo dilema al actual presidente de la Nación: ¿Debe seguir actuando como un candidato que todavía no perdió formalmente o debe hacerlo como un presidente que sabe que indefectiblemente deberá dejar el poder dentro de cuatro meses?
De los gestos que transmitió ayer Macri, se desprende que seguirá jugando el rol de candidato hasta las últimas consecuencias. "Esperamos revertir el resultado y llegar al ballottage en noviembre", afirmó el jefe del Estado en una conferencia de prensa. "Esto no terminó. Esta etapa no está cerrada", añadió su candidato a vicepresidente, Miguel Angel Pichetto .
Pero el ingenio de los estrategas de la campaña macrista muestra sus límites. Es cierto que el nivel de concurrencia a las urnas en las PASO fue relativamente bajo: 75%. Dirigentes de Juntos por el Cambio estiman que podrían votar unos tres millones de personas más en octubre, y se ilusionan con que su apuesta a la polarización, a través de la profundización del miedo al kirchnerismo, podría sumarles votos que anteayer fueron a Roberto Lavagna , Juan José Gómez Centurión o a José Luis Espert .
El problema es que ni siquiera sumando la totalidad de los votos de esos tres candidatos Macri alcanzaría el 47% que obtuvo Alberto Fernández.
"Este domingo no se eligió nada. Apenas se realizaron las pruebas de clasificación", afirmó en el programa Terapia de Noticias , en LN+ , el secretario de Cultura, Pablo Avelluto , al insistir en que los números son reversibles.
Claro que, si comparásemos el proceso electoral con una carrera de Fórmula 1, podríamos decir que Macri arrancará desde el último lugar de la pole position. Y no dependerá tanto de sí mismo para ganar. Además de conducir admirablemente, deberá esperar que a su principal competidor, que arranca desde la primera fila, le suceda algo grave como un despiste o la rotura de su motor.
Para revertir el resultado, Macri debería protagonizar un fenómeno similar al de Adolfo Rodríguez Saá , quien en 2017, como candidato a senador nacional, obtuvo en las PASO de San Luis 20 puntos menos que Claudio Poggi y en la elección general remontó hasta alcanzar el 55% e imponerse por una diferencia de más de diez puntos. Fue una victoria envuelta en controversias, por el uso de cuantiosos recursos del Estado en asistencialismo y planes sociales.
De ahí que, en redes sociales, vuelva a circular una humorada, según la cual una mujer embarazada, que espera una beba para octubre, al ser consultada por el nombre que le pondría a su hija, contesta: "Si gana Macri, se llamará Milagros, y si gana el kirchnerismo, Socorro".
Fernando Laborda en La Nación.