¿Nos vamos a dormir al sofá? ¿Damos un portazo? ¿Intentamos acordar? Las formas más comunes de reaccionar, y sus consecuencias para el vínculo.
Las discusiones de pareja suelen provocar múltiples reacciones. Sin embargo, la conducta reactiva tiende a repetirse generando pulseadas permanentes, inhibiciones; “mejor no le digo nada, sé cómo va a reaccionar”, o bien, buscando formas indirectas de decir que con el tiempo se terminan agotando o colmando el nivel de tolerancia.
Las nuevas parejas construyen día a día el vínculo hasta que éste encuentra un estilo de funcionamiento que, en el mejor de los casos, debería ser dinámico, es decir, sujeto a cambios. Pero en muchas situaciones sucede lo contrario: se crean formas rígidas que tienden a repetir los mismos mecanismos de interacción.
Las parejas ponen en palabras los proyectos (convivencia, hogar, decisión de tener hijos, cambios de trabajo), pero las discusiones se convierten en acciones implícitas con poco lugar para la reflexión y para la intervención de una palabra que aclare el panorama.
La naturalización de los desacuerdos genera varios comportamientos, uno de ellos, y el más saludable, es considerar que existe un problema y que se debe encarar evaluando diferentes opciones, respetando el punto de vista del otro. Más allá de que cada uno puede percibir las situaciones desde su marco de referencia, el problema no solo es personal, es de la relación. Las parejas están conformadas por personas, cada una de ellas con sus historias, sentimientos, estilos de vida, singulares. No obstante, el vínculo se configura con una serie de líneas inconscientes de conexión.
Maneras de reaccionar frente a los desacuerdos (no importa cuál sea el tema de referencia)
1. Afrontar para acordar
Es la manera más saludable de encarar el problema en cuestión, “no meterlo bajo la alfombra”, hablar en el momento justo, no sumar reproches por temas anteriores, es decir, limitarse a la situación actual, y por sobre todo, respetar que cada uno puede tener un punto de vista diferente. El desafío es primero asumir que "estamos en desacuerdo", luego ver las opciones para acercarse a la solución.
2. Afrontar para disentir
Esta es una de las formas más frecuentes: cuando el conflicto se instala en el lugar del diálogo. Se produce una escalada en la discusión que deja de lado el problema actual para sumar otros y otros, pasados y presentes. Cada uno quiere tener la razón y se usan todo tipo de argumentos para sostener la postura inflexible. En esta modalidad de enfrentamiento, cualquier tema dispara la discusión, tanto que después tienen que hacer un esfuerzo para recordar cuál fue el origen. En la lucha por tener la razón se juegan cuestiones de poder como si la discusión fuera un ring, una competencia en la que uno debe ser derrotado. ¡No es el objetivo!
3. Dejar para otro momento
No es una mala decisión dejar la discusión para otro momento, sobre todo cuando los ánimos están caldeados y continuar sería profundizar el enojo. Requiere de un primer acuerdo: “acordamos dialogar más tarde” que ya es de por sí beneficioso para ambos y se vive como un recurso válido. Quizá "en frío" se pueda dialogar mejor.
4. Dar la razón para no seguir
Puede ser que uno de los dos se considere “más racional” y como un acto superioridad, de control sobre las emociones, ponga paños frío dando la razón al otro. En realidad, se trata es una acción que marca la desigualdad entre el que tiene “criterio” y el que no, marcando diferencias que no resuelven el tema de base: la imposibilidad para el diálogo.
5. Ir a dormir al sofá
El enojo puede ser tal que no se tenga ganas de compartir la cama, por lo cual uno de los dos debe ir a dormir al sofá o a otro cuarto. Esta distancia, que puede llevar días, ayuda a bajar la tensión y se espera que el que está ocupando la cama invite al otro a volver a compartirla. Esta opción es preferible a estar en la cama enojados, cada uno en un rincón, sin poder dirigirse la palabra y con un estado de tensión que no ayuda a descansar.
6. Amenazar
“Me voy de casa”; “si no parás no sabés lo que puede pasar”; “vas a llegar un día y no vas a verme nunca más”; “le voy a contar a los chicos el tipo de persona que sos”; “si te vas me mato”. Y así infinidad de frases y de conductas indicadoras de algún tipo de amenaza.
La coacción es una de las formas de violencia que tiene como finalidad demostrar el poder para tomar una decisión adversa o generar miedo y culpa en el otro en caso de que se concrete. Existen personas que hacen uso constante de ellas, sobre todo cuando el otro se queda callado y no enfrenta la intimidación. Es posible que cuando se los confronte quede al descubierto el mecanismo generando más violencia o, por el contrario, se den cuenta de que el otro aprendió a poner un límite, ejemplo: “andate si eso querés”; “¿Qué querés decir con 'no sabés lo que puede pasar'?”, “¿Tan poco te querés que te querés matar?”
Las amenazas son un mecanismo para someter al otro, las hay de las más leves y manipuladoras hasta las graves con violencia de hecho. Nada justifica este tipo de mecanismo.
7. Irse de la casa
Hay personas que deciden salir de la casa como una acción preventiva, un límite para frenar la discusión y retomarla en condiciones de sosiego. El tema es la reacción de quien se queda, en algunos casos, lleva a calmar el enojo, pero en otros, cuando se prevé la acción, en un acto de arrojo se cierran las puertas con el fin de que no se vaya, lo cual potencia el enfrentamiento. Sería bueno que ambos sepan que el alejarse es para cuidarse y no para caldear más los ánimos.
8. Dirimir el conflicto en la cama
Hay parejas que necesitan de la oposición y la rivalidad para incentivar el deseo sexual. Surgen sentimientos ambivalentes de amor-odio, para luego encontrar en el sexo (generalmente fuerte) una vía de descarga. Y luego del orgasmo, aparece el diálogo en un contexto más tranquilo.
9. Agarrársela con los hijos
Es una de las formas más nocivas y frecuentes de resolver las crisis vinculares. Los hijos pasan a ser rehenes de la problemática de los adultos, recibiendo gritos y comentarios adversos del otro progenitor. Por lo general, no es la única conducta disfuncional, existen otras que la acompañan: diversas formas de violencia intrafamiliar, falta de comunicación, pobreza afectiva, abuso de alcohol u otras sustancias, etc.
10. Llamar a amigos(as), familiares, o al ex buscando consejos
Es una conducta muy frecuente que las discusiones no queden en el ámbito de la intimidad de la pareja, sino que se busque trasmitir a los demás lo sucedido (a veces con lujo de detalles). Puede darse unas pocas veces, o bien en cada pelea. Esto lleva a que los demás agoten las sugerencias y los modos de ayuda. Sin embargo, no es lo mismo llamar a una amiga o a la cuñada que llamar al ex, convirtiéndose éste en un consejero especial porque “vos me conocés bien”.
En fin, existen muchas maneras de encarar las discusiones de pareja y, por lo general, siempre aparecen las mismas reacciones, como si el conflicto activara los mecanismos crónicos de siempre. Toda pareja debe saber que no existe una única manera de solucionar los desacuerdos, y es responsabilidad de ambas partes no dejar que el conflicto ocupe el lugar del diálogo.