Intenso primer capítulo de la nueva temporada de la serie tumbera que emite la TV Pública. Con “Toto” Ferro a la cabeza, cómo se acoplaron los nuevos integrantes al Penal de San Onofre. Crueldad, miseria y calidad en primer plano.
Los primeros minutos de El marginal 3 explican, en caso de que fuera necesario, por qué Sebastián Ortega suele ser candidato para el Martín Fierro de Oro. En ese puñado de escenas, hilvanadas con crudeza en las callecitas agobiantes de un cementerio de noche, entre narcos, policías y presos, con un tiroteo que le imprime más velocidad que vértigo, se condensa lo mejor de su estilo. Alta tensión.
Esa frase se aplica a casi todo el primer capítulo de la serie que acaba de estrenar la TV Pública (los martes a las 22), y que ya está disponible vía streaming en la plataforma Contar. El relato no decae jamás, ni desde el guión, ni desde la dirección -con las cámaras que van de lo bestial a lo sutil- ni, mucho menos, desde las actuaciones. Como si fuera un seleccionado de cracks que tira paredes en un potrero, el juego deleita con el concepto de equipo.
Ése es uno de los sellos de Underground, una de las claves de por qué sus programas tienen formaciones, más que estrellas. Y en el episodio inicial de esta tercera temporada -que oficia de secuela de la segunda y precuela de la primera, para ubicarse 12 meses antes de lo que se contó el primer año- lo que se impuso es la construcción colectiva de ese universo tumbero en el que las flamantes incorporaciones se acoplaron sin agrietar el producto.
El penal de San Onofre es el mismo de siempre, pero la llegada de Cristian, un niño mimado del poder -hijo de un reconocido empresario-, invita a reformular el planteo de los roles. Ahora, los hermanos Borges, dueños y señores del pabellón vip y cómplices perfectos del director de la cárcel, el Antín que compone Gerardo Romano (tal vez su mejor trabajo), son los elegidos para proteger al recién llegado.
Sin resto alguno del Robledo Puch que interpretó en El Ángel, Lorenzo 'Toto' Ferro se sumó a El marginal 3 para meterse en la piel de un chico que manejó con tanto alcohol como descontrol y en el accidente murieron dos amigos. Aterrizado desde lo alto de una clase social que no lo deja ni pestañear del asombro que tiene, queda bajo el ala de Marito (Claudio Rissi) y Diosito (Nicolás Furtado), dos de los que hicieron de esas escenas iniciales un monumento visual para el recuerdo.
Con el tiempo, la paleta mostrará, seguramente, más colores de los “nuevos”: Alejandro Awada como un preso de vieja data y pasado de boxeador, Ana María Picchio como la Directora Nacional del Servicio Penitenciario Federal y Gustavo Garzón como el padre de Cristian. Y también se podrá entender el rumbo que empezó a insinuar Ema, la asistente social de Martina Gusman.
En ella y en las tomas en general están las drogas, en el ambiente está lo oscuro y lo denso, en la trama sigue encendido el enfrentamiento entre los Borges y la Sub 21 -que fichó al futbolista uruguayo Rodrigo Mora, un guiño para los riverplatenses- y en la miniserie permanece alta la vara de lo que se quiere mostrar. La crueldad y la miseria. Dos sustantivos que Ortega sabe llevar con tanta verdad a la pantalla, que hasta el olor se intuye. Y eso merece premio.