La última temporada avanza a paso firme, bate récords de audiencia y deslumbra por su producción y contenido.
Y finalmente llegó la batalla final contra los Caminantes Blancos. Todo ocurrió en una larga noche, casi interminable. No hubo nada que quedara en suspenso, nada de ese cruento enfrentamiento que se postergara para la próxima semana. En el episodio más largo de los emitidos en esta temporada de Game of Thrones , se libró esa anunciada guerra, de principio a fin, implacable y visceral, tan vibrante como impredecible.
En el interior del castillo de Winterfell, ya sumido en la venidera oscuridad, se ajustan los últimos preparativos, se afilan las armas, se enciende el fuego de las antorchas. Las imágenes nos conducen de un personaje a otro: Sam (John Bradley) recorre impaciente el patio atestado de guerreros que alistan sus armaduras; Tyrion (Peter Dinklage) camina ensimismado durante los minutos previos a su reclusión en la cripta; Ser Davos (Liam Cunningham) instruye a los arqueros en la estrategia de los lanzamientos. En lo alto de la fortaleza, Sansa (Sophie Turner) y Arya (Maisie Williams) esperan, como todos, el despertar de esa lucha que promete ser encarnizada. El ejército se forma de manera geométrica y cubre el terreno con estricta precisión. Los Inmaculados, los caballos con los dothrakis, las imponentes catapultas. Jaime (Nikolaj Coster-Waldau) y Brienne (Gwendoline Christie), la recién nombrada Caballero, encabezan las líneas de ataque; más allá, Jorah (Iain Glen) aguarda algún signo del avance del enemigo. Jon (Kit Harington) y Daenerys (Emilia Clarke) permanecen en lo alto del castillo, junto a los dragones.
Entre la espesa niebla de esa noche asoma una inesperada silueta: Melisandre, la Dama Roja (Carice van Houten), hace su gran aparición. La habíamos visto por última vez en su partida hacia Volantis, luego de la batalla de los Bastardos. Sobre ella pesaba la decisión del sacrificio de la hija de Stannis, el desprecio de Ser Davos y el destierro del Norte designado por Jon. Ahora es la guerra definitiva la que la trae de regreso. Lentamente se acerca a Jorah y le pide que sus soldados levanten las espadas: invoca al Señor de la Luz y las enciende en un único gesto, alumbrando esa noche con una imponente hilera de llamas. Luego se encamina hacia las puertas del castillo, que se abren a su paso, y hace un anuncio a Ser Davos: "Moriré antes del amanecer". Levanta la vista y Arya asoma entre las torres del castillo; sus miradas se cruzan durante largos instantes.
El avance
Los dothrakis realizan su majestuoso avance por el campo de batalla, guiados por esa incandescente luz que se adhiere a sus armas. Pero al perderse en la línea del horizonte, las llamas se extinguen repentinamente, como si una oscuridad profunda las devorara. Un murmullo escalofriante avanza a la distancia: los muertos aceleran implacables sobre la nieve, como ratas que corren hambrientas. Su recorrido es inexorable, el terror se esparce como un gas asfixiante. Los Inmaculados los repelen con sus lanzas, Jaime y Brienne blanden sus espadas. La refriega es violenta, confusa, demencial. En la retaguardia, Arya envía a Sansa a la cripta para preservarla de los peligros del asedio, Jon y Daenerys emprenden vuelo sobre los dragones para combatir en esa batalla tan desigual.
Los dragones ascienden entre las nubes hacia un frente propio, desplegando sus llamas cuando se acercan al suelo, sorteando las nubes heladas que parecen aguardarlos en lo alto. Los líderes de los Caminantes Blancos esperan sobre una colina lejana, impacientes de acercarse al festín. El sonido de la batalla resulta atronador: el constate repiqueteo de las mandíbulas de los muertos, la insistencia de sus pasos, ese hambre inmortal que parece impulsarlos. Los vivos pujan en cada enfrentamiento personal por sobrevivir: vemos a Jorah, a Sam, a Jaime, a Brienne y a El Perro ( Rory McCann) levantar sus armas con furia y desesperación, con el ahogo de un combate que parece insoportable. De pronto, asistimos a la primera muerte de este letal episodio: Tollett (Ben Crompton), el último comandante de la Guardia de la Noche, el amigo leal de Jon, cae bajo la furia de los muertos.
La retirada
Bran (Isaac Hempstead Wright) espera al pie del árbol sagrado, bajo la custodia de Theon y algunos guerreros. En el cielo, Jon y Daenerys se enfrentan con el dragón que comanda el Rey de la Noche, con ese fuego azul despiadado y abrasivo. En la tierra, los vivos comienzan la obligada retirada. Los muertos avanzan sobre los ejércitos diezmados, las puertas del castillo se abren para refugiar a los desesperados sobrevivientes. Arya acierta un flechazo sobre uno de los agresores de El Perro: esa historia de rescates y salvaciones no parece concluida. Ser Davos intenta infructuosamente encender las trincheras, mientras los últimos vivos que resisten en el campo de batalla se abren camino hacia el refugio de la fortaleza. La Dama Roja se apresta nuevamente a otros de sus actos sorpresivos: las invocaciones reiteradas al Señor de la Luz encienden el círculo que forman las trincheras. Las llamas se agitan frente al viento helado de la noche y levantan un muro de fuego ante los esqueletos de los incansables Caminantes.
Pero el respiro no dura demasiado. En la cripta de los Stark, Tyrion deambula como un perro enjaulado. Lamenta su encierro, recuerda sus méritos en la célebre batalla contra Stannis, dialoga con Sansa sobre el matrimonio frustrado que los mantuvo unidos hace ya tanto tiempo. Theon (Alfie Allen) y Bran inician su prolongada despedida al pie del árbol de hojas coloradas. Bran se transporta al interior de los cuervos y divisa al Rey de la Noche cuando imparte una orden a su obediente ejército: los muertos se lanzan frente al fuego formando un puente de cadáveres para sortear el bloqueo de la fortaleza. Pasan uno a uno, luego de a grupos, después son cientos los que escalan como veloces gusanos los muros de Winterfell. El castillo tiembla ante esa entrada masiva de Caminantes: penetran en las torres, ingresan en los pasadizos, se propagan como un virus por cada uno de sus recovecos.
Arya desenvaina su arma recién forjada y despliega todo su arte de guerrera, mientras El Perro se paraliza tras los muros ante un asedio que vive como insoportable. En el patio donde antes veíamos alistar las armas y ajustar los detalles del combate, se celebra una carnicería: los muertos destruyen todo a su paso, nada les aterra, nada los detiene. Lady Lyanna Mormont (Bella Ramsey) hace su último acto de valentía al derribar al gigante de ojos azules como David lo hiciera con Goliat. Sus jóvenes huesos crujen bajo el peso de su verdugo pero ese último sacrificio lo saca de combate. Mientras tanto, en las alturas, Jon y Daenerys enfrentan al dragón del Rey de la Noche, sortean sus gélidos bramidos, lo distraen al escapar entre las nubes. Esa danza de muerte atraviesa el cielo, lo agita al ritmo de los movimientos de las bestias, lo sumerge en la prometida noche eterna.
Dentro del castillo vemos a Arya resurgir de una feroz caída. Su ágil figura se escapa entre los pasadizos de la fortaleza, se pierde en las sombras de una silenciosa habitación, engaña y desaparece, casi como un fantasma. La cripta es todavía el único refugio que permanece indemne: los murmullos de muerte del exterior se mezclan con los pedidos de auxilio. Sansa espera en silencio. Beric (Richard Dormer), quien ha conseguido despertar a El Perro del temor a la derrota, deambula por los pasillos del castillo hasta rescatar a Arya de una muerte segura. Exhausto, la arrastra junto a El Perro y se refugian en una de las recámaras de la fortaleza, donde Melisandre parece estar esperándolos. La Dama Roja anuncia que las resurrecciones de Beric han logrado demostrar, en ese último acto heroico, su verdadero propósito. Arya la recuerda de su encuentro en el bosque, cuando se llevara a Gendry como carnero de sacrificio. Pero ahora las miradas de ambas se cruzan en una promesa. "¿Qué le decimos al Dios de la Muerte?", le pregunta Melisandre a la joven Stark. "Hoy no" es la respuesta que presagia el derrotero que se avecina.
El descenlace
La última de las peleas entre los dragones culmina con la caída a tierra de Jon y del Rey de la Noche. En el campo atestado de Inmaculados y dothrakis muertos, los dos enemigos se miden a la distancia. Del cielo baja la Reina de los Dragones con su grito de guerra: ¡Dracarys! Pero el fuego no consume al Rey de los Caminantes y emerge como un renacido de las llamas que prometían derrotarlo. Sigiloso, Jon asoma tras sus pasos, blande su espada, espera para el golpe letal. Pero el enemigo es más astuto, más poderoso: levanta a los muertos del suelo, enciende sus ojos y su furia, siembra un mar de cadáveres que amenazan con devorarlo todo. Mientras tanto, los muros que protegen la cripta de los Stark ceden ante el irrefrenable ataque de los zombis. Sus cadavéricas cabezas asoman y mastican lo que encuentran. Sansa y Tyrion se refugian en las ruinas, se comunican en silencio, se aventuran a la fuga.
Los líderes de los Caminantes emprenden su marcha hacia el árbol, hacia la cita con Bran, el Cuervo de los Tres Ojos. Daenerys consigue salvar a Jon de la furia de los resucitados para que vaya al rescate de Bran, el blanco final del Rey de La Noche. Sin embargo, los muertos se adhieren como sanguijuelas a las garras de su dragón, quien emprende vuelo preso de la histeria. Daenerys logra huir entre las ruinas de ese absurdo holocausto, hasta que Jorah llega en su ayuda. Ambos esgrimen las espadas, enfrentan a los sedientos muertos, resisten como pueden hasta el sacrificio final. Jon ingresa en el castillo, asediado por las azules llamas del dragón de los muertos. Vemos los rostros de los que conocemos, desencajados y exhaustos en el medio de esa lucha interminable. Los gritos de Brienne, las corridas de Jaime, la caída de Sam.
El Rey de La Noche llega con sus discípulos al pie del árbol. Theon alcanza entonces su esperada redención, en el hogar que lo vio crecer y al que hoy sirve como reparo por su traición. Bran aguarda en silencio a su enemigo, lo ve llegar a su lado, preparar su estocada final. Pero desde la oscuridad emerge un rostro indescifrable, un grito único y una puñalada certera: Arya blande su puñal en el corazón del Rey de la Noche y termina en un solo instante con un reinado de siglos de tinieblas. Los muertos se desploman uno a uno, en el patio del castillo, en las profundidades de la cripta, en el campo de la extinguida batalla. Jon ve hacerse añicos al dragón de fuego azul; Daenerys se reclina entre lágrimas frente al cadáver de Jorah, su leal consejero, quien la amara y la defendiera hasta la muerte. El amanecer aguarda en el horizonte y Melisandre sale del castillo. Camina unos pasos, se quita el collar de la piedra roja, ese que vimos que aseguraba su juventud eterna, y se pierde en el frío. Ser Davos observa como su cuerpo envejecido se desploma sobre la nieve de la primera mañana.