Nos gusta tanto comer como hablar de comida. Y con tanta charla se cuelan afirmaciones que se dan por ciertas sin que tengamos los conocimientos ni para rebatirlas ni para darlas por ciertas.
Son mitos sobre lo que comemos y cómo lo comemos los que motivaron al bioquímico y profesor José Miguel Mulet a escribir un libro titulado ¿Qué es comer sano? (Editorial Destino) en el que desmonta 101 mitos sobre la alimentación. Cuando se le pregunta destaca tres, “que son los que he oído con más frecuencia”, dice.
Somos lo que comemos
“Se da a esta frase un significado místico o esotérico que no tiene, porque no tiene sentido pensar que el carácter de las personas depende de lo que comen”.
El origen del mito está, explica, en una interpretación errónea de una frase que el filósofo alemán Ludwig Feuerbach formuló en 1850. “El significado que le daba era que comer era una necesidad tan básica para el ser humano que si no la tenía cubierta era imposible desarrollarse como persona”.
Otra frase a la que se da un sentido parecido es la del gastrónomo francés Billat-Severin: “Dime lo que comes y te diré quién eres”. La única interpretación posible según Mulet es que "la forma en que comemos y lo que comemos está íntimamente ligado a nuestra cultura".
Los tomates no tienen sabor a tomate
Es el segundo en la lista de favoritos de este profesor de biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia. “Si nos empeñamos en comerlos cuando no es la temporada o en lugares donde no se cultivan, es muy posible que los encontremos faltos de sabor, pero la realidad es que ahora existen muchísimas más variedades que en los tiempos de nuestros abuelos y se está trabajando mucho en la recuperación de algunas que habían desaparecido”.
Mulet insiste en que en las catas a ciegas en las que ha participado siempre se eligen variedades nuevas entre las más sabrosas. “Y ni siquiera existían hace unos años”.
Nuestros abuelos comían mejor
“Me lo han dicho infinidad de veces. ¿Mejor? Comían lo que podían, si es que tenían algo que llevarse a la boca”. Y desde luego no era lo más sano desde el punto de vista de la seguridad alimentaria. “Hace sólo unas décadas en España aún seguían existiendo enfermedades, como la pelagra o el bocio, relacionadas con una alimentación pobre. Nuestros antepasados recientes no tenían acceso -dice- a la variedad de alimentos que hay ahora y su dieta no era ni de lejos tan equilibrada como la actual. Mi abuela no había visto un kiwi o una palta en la vida”.
La palta engorda
Mucha gente la evita convencida de que “por su cantidad de calorías y su contenido en grasas no es el mejor aliado para perder peso. Yo les digo que no todo depende de las calorías, también hay que tener en cuenta el valor nutritivo y los beneficios para la salud”.
La palta, comenta, es muy rica en grasas monoinsaturadas (grasas buenas), en antioxidantes, potasio, fibra y vitaminas del grupo B.
La primera impresión puede ser que debe engordar si tiene grasa, la realidad es que “cuando se come regularmente alimentos altamente nutritivos se termina comiendo menos porque sacian más y se tiene hambre más tarde y las paltas son bien conocidas por aumentar la saciedad”.
No hay que comer más de dos huevos a la semana
“Especialmente la yema ha sido demonizada por su contenido en colesterol -comenta la nutricionista Mireia Cervera- y se percibe como una amenaza para el corazón”. Muchos estudios lo desmienten. “Lo cierto es que aporta proteínas de alto valor biológico, además de vitaminas de los grupos A y B, y destaca su contenido en hierro de fácil absorción, lo que lo convierte en un buen nutriente”.
Otras propiedades que la nutricionista valora es que la yema es fuente de carotenoides, "importantes para la salud de la vista". Y hay que tener en cuenta, opina, que "en la mayoría de personas la ingesta de colesterol tiene poco impacto en el colesterol en sangre".
La lista de ideas implantadas en la sociedad y que carecen de fundamento es larguísima. A continuación, otros de los que propone Mulet en su libro.
Mezclar hidratos y proteínas en una comida engorda
De entrada, es prácticamente imposible hacer una dieta en que no coincidan estos dos nutrientes, porque muchos los contienen ambos en mayor o menor proporción. El pan, sin ir más lejos, combina hidratos de carbono con entre un 9 y un 13% de proteínas y la carne tiene una mayor parte de ésta, pero también hidratos y grasa.
En segundo lugar, el orden en que se coma los alimentos no influye en la cantidad de energía que proporcionan, por lo tanto se engordará lo mismo si las proteínas se ingieren en una comida y los hidratos en otra.
Se dice también que dificulta la digestión. Si fuera así no habríamos tenido una buena en la vida y la mitad de la población mundial estaría enferma.
Tomar agua en las comidas engorda
No importa cuándo se beba, el aporte de calorías es 0. Es vital para mantenerse hidratados, dice el autor y relativiza la recomendación de consumir unos dos litros de agua al día: "Cada uno debe beber el agua que necesite y guiarse por la sed más que por otra cosa".
Las zanahorias alimentan más crudas
Todo lo contrario, ya que al someterlas al calor se rompen las paredes celulares y se liberan los betacarotenos. Tampoco es cierto que comerlas mejore la vista.
El pollo hay que hacerlo sin piel
El motivo es que en ella se encuentran las grasas y calorías. Cierto, pero es preferible quitársela una vez cocinado, porque ayuda a mantener sus jugos naturales y resulta más sabroso.
Reducir los hidratos mejora la salud
No siempre es así, depende de la calidad de los que se consuman. Si provienen de cereales integrales ocurre todo lo contrario. Se considera que reducen el riesgo de sufrir del corazón.
El jugo de arándanos cura infecciones urinarias
Si se contrajo, por mucho arándano americano rojo que se tome, la infección seguirá ahí. Sí tiene propiedades preventivas, porque si se toma de forma regular evita que las bacterias se instalen en las paredes de la vejiga.
El café es malo para la salud
Quizás es preferible evitarlo si uno es muy sensible a la cafeína. Si no, está comprobado que es una valiosa fuente de antioixidantes, escasos cuando se sigue una dieta pobre en frutas y verduras, algo bastante común en la sociedad actual.
Si tenés ganas ansias de comer algo es porque el organismo necesita sus nutrientes
De ser así, mucha gente estaría deseando comer frutas y verduras, ricas en vitaminas y minerales indispensables para vivir. En realidad esas ganas de comer algo determinado, generalmente dulce, se ven motivadas por factores diversos, algunos ambientales, como el bombardeo publicitario, o bien hormonales en el caso de las mujeres durante el embarazo o la menstruación. En todo caso ante cualquier señal biológica, hay que preguntarse por qué se tiene hambre y tratar de saciarla con algo sano para ver si realmente se debe a una carencia alimenticia.