El realizador inglés Dan Reed consiguió que Wade Robson y James Safechuck relataran los años oscuros que vivieron con la estrella del pop en busca de sus sueños.
Hagamos el ejercicio tortuoso de meter una serie de imágenes en nuestra cabeza. Mirar con un niño películas porno duras, explícitas. Emborracharlo. Practicarle, siendo un varón adulto, sexo oral a su pequeña cosita y luego pedirle que te lo haga a vos. Así durante años, durmiendo con el chico en habitaciones cerradas con llave de tu mansión, donde todo y todos te pertenecen. Hasta que un día te gusta más otro niño, y el preferido queda relegado, a un costado, confundido y destrozado. Semilla de un adulto que no sabe ni quién es. De un montón de gente rota.
Así de terrible es Leaving Neverland, parte uno y dos. La bomba documental de un periodista inglés, Dan Reed, que produjo HBO y viene haciendo el ruido esperable. Como cuatro horas que dan cuenta del lado oscuro de Michael Jackson. Aunque ciertamente solo registra las voces de un lado, contra el manual básico de buscar las dos campanas. Si bien la versión más poderosa en la opinión pública parece haber sido la de la inocencia de Jackson, cuya imagen se mantiene hoy, si no impoluta, sólida, a poco de cumplirse diez años de su muerte.
Leaving Neverland se presentó en Sundance, con ovaciones y protestas. Las ovaciones fueron para sus valientes protagonistas, Wade Robson y James Safechuck. Las víctimas del monstruo: porque no hay manera de no creerles. Las protestas, de los fans de Maicol, indispuestos ante un nuevo ataque de eso que, en vida, el artista arregló con presiones y millones de dólares.
En los primeros minutos de Leaving Neverland, que tiene casi todo el tiempo en primer plano a sus protagonistas, se escucha esto de uno y otro, entonces niños de siete y diez años. “Creo que cuando estaba con él, él era feliz. Estaba en el pico de su creatividad, en el pico de su éxito, y todo el mundo quería conocerlo o estar con él. Ya era más grande que la vida. Y encima, gustaba de mí”. Y: “Era uno de las más dulces, más amables, cariñosas y cálidas personas que conocí. Me ayudó mucho con mi carrera, en mi creatividad, todo ese tipo de cosas. Y también abusó sexualmente de mí durante siete años”.
Con una puesta prolija, tan impecable como sin pretensiones formales -aunque tiene inolvidables momentos periodístico/cinematográficos-, el documental reconstruye esa hecatombe a través de los silencios, las palabras, la mirada de Robson y Safechuck. Y de sus madres, entre otros familiares. El resultado es sobrecogedor: se escucha la versión de quienes fallaron a sus deberes de guarda aunque estuvieron ahí y de los que terminaron sufriendo esa falla. Porque Leaving Neverland es, claro, un retrato del abuso de un gran poder. Encandilados por Jackson, las familias de ambas víctimas, gente de clase media que apostaba al precoz talento de sus niños bailarines, estuvo tan distraída con esa vida que les había cambiado radicalmente -viajando en aviones privados, alojándose en los mejores hoteles, deambulando por el rancho Neverland como si fuera su casa- que se perdió el detalle.
Sin contar demasiado, la segunda parte se ocupa de eso que suele escucharse cuando se toca el tema del abuso infantil: las secuelas a largo plazo. Y si la primera es más intimista, la segunda suma voces y testimonios valiosos, imágenes de archivo sobre la cobertura de las denuncias por las que Jackson tuvo que comparecer frente a la justicia, inaugurada con la de Jordan Chandler. Con testigos famosos como Macaulay Culkin, el actor de Mi pobre angelito y otro de sus niños temporalmente favoritos, que participó en piyamadas en Neverland -Michael el único adulto-, y siempre negó abusos.
La culpa, el peso de la mentira, la locura de la verdad, son otros temas pesados. Mentiras que queman y no pueden dejar de ser secretos ni para el terapeuta. “Cómo podía salir de ahí si la mentira era la fundación sobre la que había erigido toda una vida”, dice el australiano Robson, que es coreógrafo y trabajó con N'Sync y Britney Spears. “Nunca le dije a nadie sobre lo sexual porque me sentía especial, era este chico del otro lado del mundo y Michael me había elegido. Decía que me amaba. Y yo lo amaba a él”.
Extorsión, búsqueda de dinero es lo que gritaron los abogados de Jackson, con toda la llegada mediática de la que eran capaces: toda. Michael loves children. Pero a muchos, y a las controvertidas madres de los protagonistas, seguía sin parecerles raro que un adulto duerma en la misma cama con niños ajenos, “no viniendo de alguien como él -dice una de ellas-, que todo el mundo sabía que no tuvo infancia”.
Es difícil hablar de otra cosa después de ver Leaving Neverland. Otro ejemplo para el debate sobre la separación entre el artista y la persona, tan vigente en estos tiempos de revisionismo pos me too. En la película, alguien dice la frase inversa: “la gente cree que su música es genial, y entonces, él es genial”. Quizá se trata de eso, otra lección sobre la aceptación del hecho de que grandes villanos pueden producir grandes obras, que nos conmuevan. Aunque el fuego consuma, ahora, la imagen de un ídolo que, probablemente —y ya hay noticias al respecto—, ya no volverá a ser la misma.