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El “Estúpido” y sensual asesino: de heredero millonario a cometer una masacre

Fue en Australia. Le dieron 35 cadenas perpetuas.

02/03/2019

La infancia marca nuestro destino de por vida. Los acontecimientos felices pueden catapultarnos hacia el camino, digamos, correcto; pero los malos llegan a crearnos toda clase de frustraciones e inseguridades.

Si a eso le añadimos bullying, malos tratos y algún tipo de anomalía física o psicológica, el cóctel es explosivo.

Sin embargo, si los maestros y padres de Martin John Bryant hubieran puesto remedio a sus ataques de violencia y rabia, quizá la masacre de Port Arthur no se habría producido.

Joven heredero millonario, muchos lo apodaban Stupid Martin ("Martin el estúpido") y terminó asesinando a 35 personas e hiriendo a 23 en el estado de Tasmania, al sur de Australia.

Ya desde la infancia Martin se destacaba por no encajar en la denominada “normalidad”. Alguien poco común.

Apenas lo tuvo el 7 de mayo de 1967 (en Lennah Valley) su mamá supo que el bebé era “diferente”.

La preocupación era constante y aumentó cuando le diagnosticaron retraso mental. Poseía un coeficiente intelectual de 66, cuando la media está entre 90 y 110. Menos del 2% de la población mundial tiene un número tan bajo.

Sus padres, Carleen y Maurice, tuvieron que prestarle mayor atención. Maurice pidió la jubilación anticipada para hacerse cargo. Fue una época muy dura para la familia por cómo sufría el chico las burlas de sus compañeros.

El apodo Stupid Martin le provocó una rabia contenida. Era un niño diferente y las clases especiales se lo recordaban a cada instante.

Uno de sus profesores decía que Martin estaba “totalmente aislado en su propio mundo”. La soledad se había convertido en su aliada: la prefería antes que relacionarse con los demás.

Con los años su desapego social fue creciendo. Y se generaron situaciones problemáticas y violentas.

No sentía ningún tipo de empatía por nadie. Ni siquiera por su papá, que presuntamente se suicidó en un dique propiedad de la familia. A Martin le pidieron que ayudara a encontrar el cuerpo y ni se conmovió. Al contrario, dio evidentes muestras de alegría.

Ese extraño comportamiento se encauzó hacia una vertiente sádica. Se puso a torturar animales, sobre todo gatos. En una salida de buceo le clavó una lanza en la cabeza a un compañero. Y así.

Nadie quería estar a su lado.

Era agresivo: rompía sus juguetes, tiraba piedras a sus vecinos, quemaba árboles, destrozaba botes amarrados...

El rico heredero

Alguien tenía que ponerle freno. En 1977 la dirección de la escuela decidió expulsarlo y lo trasladaron a una unidad de educación especial.

Pero su conducta empeoró, tanto en lo académico como en lo psicológico.

Según los informes psiquiátricos, el deterioro se debía a la esquizofrenia que padecía. Solo podía dedicarse a leer, escribir, trabajar en jardinería o ver la televisión.

Formó parte brevemente de una empresa de jardinería y mantenimiento. Finalmente le concedieron una pensión por invalidez.

Entonces se enamoró.

Ella se llamaba Helen Harvey y era una excéntrica heredera de mediana edad que le ofreció trabajo como encargado de mantenimiento. El vínculo traspasó lo profesional e iniciaron una relación.

Helen lo colmaba de regalos y contentaba sus caprichos, pero en realidad despilfarraba enormes cantidades de dinero y en numerosas ocasiones no tenían ni para llenar la heladera.

Martin siguió igual de errático, distante y violento. Merodeaba por las propiedades vecinas a altas horas de la madrugada y llegó a amenazar a uno con un rifle.

Fue cuando comenzó su obsesión por las armas de fuego y también por algunas mujeres.

Un día agredió sexualmente a una chica universitaria y cuando ella se escapó en un colectivo, él la siguió en taxi.

La muerte de Helen en un accidente de tránsito dio un vuelco a la vida de Martin, que se transformó en el único heredero de una mansión y alrededor de 1 millón de dólares.

Los investigadores sospecharon que él había provocado el siniestro, pero nunca encontraron pruebas suficientes.

Martin se obsesionó con la pornografía, la zoofilia y las películas de violencia extrema. Con bastante plata disponible, solo le importaba el sexo. Contrataba prostitutas continuamente y ninguna quería volver. Describían que el entorno era “espeluznante”.

Grabando su "actuación"

En los días previos a la masacre, Martin compró un bolso y fue a una armería. Ni siquiera le pidieron un permiso. Se fue con el rifle semiautomático Colt AR15 con el que iba a cometer los crímenes.

Visitó varias veces el lugar, Port Arthur, para trazar el plan. Porque lo calculó todo, al contrario de lo que en un primer momento se pensó debido a su discapacidad intelectual.

Cuando la policía le preguntó por qué decidió salir a matar, dijo: “Sentía que cada vez más gente estaba en contra de mí. Cuando trataba de ser amable, se alejaban”.

Quería vengarse de quienes se burlaban de él y lo habían traumado.

─Todo el mundo me va a recordar por lo que voy a hacer ─le dijo a un vecino minutos antes de la masacre. Tenía 28 años.

La prensa le dio otro apodo a Martin Bryant: "el verdadero demonio de Tasmania".

A eso de las 13 del 28 de abril de 1996 por el centro de Port Arthur paseaban unas 500 personas, visitando tiendas y restoranes. Parecía un domingo tranquilo.

Entonces Martin Bryant entró en el café "Broad Arrow". Era la hora de la comida y había tanto barullo que logró pasar completamente inadvertido. Se sentó en la terraza, almorzó y luego fue a la parte trasera del negocio.

Puso una cámara sobre una mesa y empezó a grabar. Abrió el bolso, sacó el rifle y disparó.

El primero que cayó fue un asiático, que murió al instante. Después a la esposa le pegó un balazo en la cabeza. Y recorrió el local, eligiendo objetivos y ametrallándolos sin titubear. En poco tiempo liquidó a 20 personas e hirió a una decena.


Salió, fue al estacionamiento y siguió disparando. A cada paso, otro cadáver.


Decidió robar un auto para huir, aunque se le interpusieron una madre con sus 2 hijos pequeños. También los acribilló.

Después mató a los 4 ocupantes de un BMW y manejó hacia la casa de huéspedes Marina Cottage. Al comprarla, sus dueños David y Sally Martin le habían ganado de mano al papá de Martin. Los culpaba por su suicidio.

En el camino se topó con otro coche, hirió al conductor y mató al acompañante.

Ya en la vivienda de David y Sally, los esposó. Luego tiró nafta al BMW y lo prendió fuego.

Apto para el juicio

Las autoridades fueron a Port Arthur minutos después de la masacre. Varias llamadas de auxilio alertaron que el asesino había escapado; acordonaron la zona y descartaron enviar un equipo de asalto para no poner en riesgo la vida de los rehenes.

Durante las 6 horas siguientes, un centenar de agentes rodeó la casa. Un negociador, el sargento Terry McCarthy, habló con Martin por teléfono. Tenía una sola exigencia: quería pasear en un helicóptero del Ejército.

A las 8:25 Martin prendió fuego al edificio y se entregó. Se lo vio cuando corría envuelto en llamas. En la casa había otros 3 cadáveres: los dueños de la casa y el conductor secuestrado en la huida.

Al principio Martin se declaró inocente. Su abogado lo convenció de que admitiera todo.

En el proceso exhibió una risa maniática que desesperaba a los testigos. Los 4 exámenes psicológicos que le hicieron señalaron esquizofrenia y síndrome de Asperger, lo que lo inducía a perpetrar “acciones inapropiadas”. Pero lo declararon legalmente sano y apto para ser juzgado.

A mediados de noviembre de 2006 el tribunal lo condenó a 35 cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional.

En prisión Martin intentó suicidarse 6 veces y lo trasladaron a un centro de salud mental. Ya no es aquel chico rubio y atractivo. Sufre de obesidad y su rostro cambió por completo.

Su mamá, Carleen, también quiso matarse. En una entrevista dijo que hubiera preferido ver a su hijo muerto en el tiroteo. Pero en realidad lo sigue creyendo inocente.

Fuente: Mónica G. Álvarez