El boom que protagoniza la gurú japonesa abre interrogantes. Desde la mirada feminista a las patologías asociadas y los efectos desmedidos del consumo.
Prolijos y ordenados, ¿más felices? ¿Es posible descartar cosas que ya no usamos, los resabios del hiper consumismo, por el solo hecho de preguntarnos qué sentido actual tienen en nuestra vida?
La organización de los objetos en el hogar y a su influencia en la vida cotidiana parecen ser dilemas existenciales: "¿Por qué vivo mal si puedo vivir mejor?" "¿El desorden habla de cómo estoy yo?"
El efecto de la "filosofía Marie Kondo" arrasa en todo el mundo con las sobras que la sociedad de consumo impuso en su momento como algo importante. Todo es objeto de revisión según el criterio de “no sirve, no lo uso, no me hace feliz”.
No me parece extraño que dicho método surja de una hija del país del sol naciente, Japón, lugar que ha demostrado una capacidad de organización y de trabajo, y que además integra la sabiduría de los ancestros con la modernidad actual. Sin embargo, llama la atención que en tiempos de feminismo y cambios en los roles de género, tenga tanto éxito un método que apunta al público femenino y a su rol dentro del hogar.
Y viceversa: ¿el desorden y la acumulación causan infelicidad?
No existe evidencia plena que responda a esta pregunta. Existen personas que encuentran en el orden una manera de estar más tranquilas y satisfechas con ellas mismas. Ver la casa limpia, descartar objetos que ya no se usan, ordenar los espacios, sobre todo cuando fue una acción postergada por meses o años, provoca bienestar, es una tarea vivida como un logro.
Pero toda expresión del comportamiento tiene sus extremos y sus grises. El lado saludable es no obsesionarse, es decir, limpiar, ordenar, organizar la casa u otros espacios, sin dejar de hacer otras actividades que podrían darnos igual o mayor bienestar. Tampoco sirve imponer a los otros un modelo de perfección que despierta broncas y conflictos.
En el otro extremo, la acumulación y el desorden tampoco son buenos. Vivir en ese estado de deterioro personal está más cerca de la patología que de una postura existencial. Sabemos que las personas que acumulan objetos sin valor se aferran a ellos con la convicción de que “van a servir en algún momento”, llenando la casa y los alrededores de mugre, roedores y olores nauseabundos. También están los que guardan por privaciones pasadas. Las personas que han vivido guerra o hambrunas saben que cada cosa tiene un valor, por lo tanto los objetos deben cuidarse para que duren años. El denominador común de ambos extremos es la obsesión (por la limpieza o por guardar cosas que en algún momento pueden ser usadas). Cumplir con la idea obsesiva es calmar la angustia que provoca el desorden o guardar cosas sin ningún valor afectivo ni de uso. De ninguna manera esto es felicidad.
¿Ser desordenado ayuda a la creatividad?
Así como encontramos personas ordenadas (y además pretenden que el resto también lo sea), existen las que conviven con todo tipo de desorden que no altera su estado de ánimo. Son aquellos que saben dónde encontrar las cosas porque han internalizado un orden mental que les permite encontrar los objetos buscados dentro de un mar heterogéneo de cosas. Perciben el espacio con más apertura sensorial (captan y recuerdan mejor la ubicación de los objetos) a diferencia de los sujetos que focalizan la atención y se abruman por el caos. Hay acuerdo entre los psicólogos de la conducta de que las intenciones para poner orden están presentes, solo que no se deciden a hacerlo. La postergación provoca más ansiedad y confusión por no saber por dónde y cuándo empezar. Se denomina “efecto flittering” a la acción de saltar o revolotear sobre las cosas sin decidirse a encararlas de una vez por todas. Las personas más creativas pueden realizar sus trabajos en desorden porque no les provoca ansiedad ni es una prioridad en sus vidas. Muchos estudios serios relacionan esta capacidad de crear con el desorden externo.
Marie Kondo y el feminismo
Marie Kondo no fue la primera. En la década del '90 aparecen los primeros escritos de Regina Leeds convirtiéndose en gurú del orden y el Feng Shui (actualmente "Zen Organizing") con más de diez libros publicados. La japonesa no se queda atrás y su filosofía se expande como reguero de pólvora. Sin embargo, la época en el que aparece Regina no es la misma que la de Marie. Algo ha cambiado en todos estos años y las mujeres no están dispuestas a cargar sobre sus espaldas tamaña tarea de ordenar la casa, dejar solo 30 libros en la biblioteca y por sobre todas las cosas esperar que la felicidad provenga de su trabajo y de su accionar.
Quizá la diferencia entre la Leeds y la Kondo sea que la primera daba a entender que “así como está tu interior está tu entorno”, con lo cual además de trabajar, la mujer tenía la culpa por semejante desquicio interno; en cambio, Marie Kondo se adapta más a estos tiempos y deja de lado los sermones sobre algún descalabro subjetivo, centrándose en el exterior como factor de tranquilidad interior. Lo que llama la atención es la difusión de un modelo de felicidad que tiene como público cautivo al femenino es: ¿por qué una mujer, en una librería, en YouTube, o en Netflix, elige la dulzura inocente de la Kondo y sus consejos de “más trabajo para mí” o “la felicidad por la caridad” o “a costa de sacrificar la colección de clásicos y dejar solo 30 libros en los estantes?”
Por supuesto que las enseñanzas apuntan a un público femenino, de clase media, con buen nivel de consumo y espacio suficiente para guardar objetos. No se puede pedir minimalismo en un pequeño hogar donde las cosas están apiladas y se guarda por necesidad y protección del grupo. La explicación de tanto éxito del método en tiempos de luchas feministas quizá se deba a diferentes factores. Existe un grupo más radical que sigue defendiendo que las tareas en el hogar son ocupaciones femeninas y hombres que ni siquiera se cuestionan lo establecido por el patriarcado. Por otro lado, la casa ha pasado a ser un lugar de contención, sin lugar para el aburrimiento o la soledad. El auge de las series, los dispositivos tecnológicos, las aplicaciones, crean la ilusión de que el hogar todo lo brinda. Los objetos concretos se convierten en virtuales: menos adornos, suvenires, fotos impresas, libros, CD, cuadros, alacenas repletas, papeles, impuestos pagos, etc. Todo está guardado en formato archivo.
Frente a este panorama que pareciera que todo lo resuelve, la búsqueda de felicidad sigue vigente, lo cual demuestra que nada de lo conseguido es suficiente. Si antes las utopías y las ilusiones animaban la vida con ideas, proyectos y ganas de obtener satisfacciones personales, en la actualidad no es suficiente. Las personas estamos menos preparadas para levantarnos de las frustraciones, existe menos capacidad y coraje para girar el timón cuando es necesario, el miedo a la incertidumbre es más profundo, y por sobre todas las cosas, esperamos que alguien o algo del afuera nos resuelva la vida, aunque sea una pequeña acción que sacuda un poco la rutina.
Fuente: Dr. Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo para Clarín.