El malogrado submarino y el joven estaban exactamente donde se suponía. Tragedia, dolor y política en la era de la desinformación.
Que nunca había salido de Ushuaia, que estaba secuestrado en Malvinas, que un misil británico le había impactado en medio de su trayecto a Mar del Plata. La cantidad de teorías conspirativas que se lanzaron para explicar la desaparición del ARA San Juan fueron infinitas, cada cual más disparatada. El submarino estaba a 907 metros de la superficie marítima, exactamente en el trayecto esperado, en camino a su destino pautado, el puerto de Mar del Plata.
Una vez encontrado, la conspiranoia se disparó a la fecha del hallazgo. Que la empresa vino a buscar información sobre yacimientos petroleros en nuestra plataforma submarina y usó la búsqueda como una pantalla, que el Gobierno sabía dónde estaba y utilizó su hallazgo como máquina de humo para tapar la crisis económica, que se sabía desde hace muchos meses pero se esperó para venderlo como un logro al año de su desaparición.
"Ellos lo sabían", "ocultaron la informaron porque pensaron que íbamos a olvidarnos", "nunca les interesó nuestro drama", gritan los familiares, transidos en su dolor. Están convencidos de que si ellos no hubieran instalado una carpa frente a la Casa Rosada, el Ministerio de Defensa no habría concretado el contrato con la empresa que finalmente encontró la nave y no es justo discutirles.
Sí vale decir que carece de toda racionalidad que el Gobierno tenía la información y la ocultó. No solo porque la cantidad de personas involucradas en un supuesto ocultamiento hacen materialmente imposible el secreto, sino porque la aparición del ARA San Juan mientras buques de todo el mundo estaban en aguas argentinas buscando vivos a los 44 tripulantes hubiera sido una fiesta para la humanidad.
Las teorías conspirativas son mecanismos de defensa para poner sentido en lo que no tiene, en lo inesperado que cruza en la vida y se hace insoportable, sobre todo para los familiares y amigos de las víctimas, pero también para las sociedades que se enfrentan a sucesos que exponen la presencia de la muerte.
Mauricio Macri hizo lo que pudo. Se involucró en la búsqueda de soluciones, pidió ayuda al exterior, discutió con los jefes de la Armada cuando comprobó que no le daban toda la información que tenían, dio varias conferencias de prensa, se instaló en Chapadmalal para conocer los sucesos de primera mano, se reunió con los familiares en Mar del Plata, cambió su cúpula apenas pasada la primera etapa de la crisis, volvió a reunirse con los familiares otra vez y en Casa Rosada. Macri no es un político empático. Sin embargo, hizo todo lo humanamente posible como Presidente para encontrar el submarino y que la verdad se revele. Por azar, el resultado de ese esfuerzo mancomunado entre la tecnología, los familiares y el Gobierno, la búsqueda dio resultado a minutos del gong.
No todo es necesidad en la ciencia. Tal lo que postulaba el bioquímico Jacques Monod, también existe la libertad indeterminada, la circunstancia casual, en el mundo microscópico de las moléculas. Si el paradigma mecanicista fue cuestionado en las ciencias duras, cómo no aceptar la posibilidad del azar en el mundo existencial de los mortales.
En Las sociedades abiertas y sus enemigos, el filósofo austríaco Karl Popper no se asombraba de que se apele habitualmente a las conspiraciones para resolver situaciones que provocan miedo o angustia. "Son fenómenos sociales típicos" desde la Atenas clásica de Platón. Pero, asegura, son muy pocas las conspiraciones exitosas. "Los conspiradores rara vez consuman su conspiración", decía.
Una coincidencia, sin embargo, debería llamar la atención. No solo el ARA San Juan fue encontrado en el lugar donde suponía que debería estar, en el trayecto exacto entre Ushuaia y Mar del Plata, a 15 kilómetros donde se habría escuchado la explosión el 15 de noviembre de 2017, al inicio del talud continental. También el cuerpo de Santiago Maldonado fue encontrado exactamente donde se suponía que estaba, a metros de donde había sido visto por última vez el 1º de agosto de 2017, en el río Chubut, enredado bajo unas raíces de sauces que impidieron que saliera a flote. No había viajado al sur ni al norte, ni había cruzado a Chile, no había sido herido por ningún puestero, ni se había quedado en una sesión de tortura realizada por un grupo de gendarmes.
La verdad suele estar a la vista de todos pero no siempre es fácil verla, mucho menos en sociedades acostumbradas a décadas de gobiernos que hicieron uso habitual de la mentira.
Por cierto, el dolor no es menor ahora que se sabe dónde están los 44. Es apenas el comienzo para conocer por qué y bajo la responsabilidad de quién. Quizás sirva para empezar a cerrar la distancia entre una sociedad que no cree en nada pero que en la madrugada de ayer alcanzó un logro que pocos creían posible.
Fuente: Infobae