A largo plazo, el consumo regular puede contribuir al desarrollo de enfermedades crónicas, problemas de salud mental, dependencia y un mayor riesgo de cáncer. Es crucial ser consciente de estos peligros para tomar decisiones informadas sobre su ingesta.
Una de las adicciones que recibe menos visibilidad es el alcoholismo. Veamos algunos datos de la magnitud del problema: según diferentes fuentes, la Argentina es el primer o segundo país en consumo de alcohol en América Latina, donde mueren alrededor de 8000 personas por patologías relacionadas con el alcohol.
Esta cifra es si no se toma en cuenta que, en accidentes de tránsito, aquellos relacionados con consumo de alcohol son abrumadoramente superiores a los que no, o los actos de violencia doméstica, o las diversas formas de violencia.
Contra una creencia popular, no son las drogas el mayor peligro en actos delictivos, sino el alcohol, el cual, por supuesto, sirve como ingreso en el consumo de sustancias más “problemáticas”.
Existe, sin embargo, un sesgo cultural y es que el alcohol ha formado parte de nuestra cultura desde el inicio de los tiempos, toda vez que inclusive era una forma de hidratarse en épocas de escaso acceso a fuentes de aguas no contaminadas.
Por otro lado, y al impulso de una fuerte y poderosa industria, se generó narrativa positiva respecto al alcohol, mostrándola al consumo como un medio de pertenencia, a un grupo o inclusive a una cultura, aun ajena.
La fiesta de San Patricio, bastante ajena a las festividades de nuestro país, o la cultura de las “pintas” en “pubs”, son ejemplos de búsqueda de pertenencia por medio del alcohol.
El inconveniente mayor es que el consumo de un tóxico, el etanol, ya que eso es el alcohol, particularmente importante a nivel del sistema nervioso, es ya no banalizado, sino negado de modo extraordinario. Así surge la tendencia a pensar en dosis sanas o inocuas de alcohol, cada vez mayores.
De esta manera, mucha gente consume considerando que alcoholismo es algo ligado a situaciones de consumo extremas, pero podemos ver en la alcoholemia en controles de tránsito, donde es habitual tasas porcentuales que señalan un grado severo de intoxicación.
Sin embargo, el sujeto en los momentos previos, mientras consume, no tiene conciencia de las consecuencias, y de los peligros en los que solo está según su percepción, socializando. Como si el deterioro cognitivo progresivo, no fuera de importancia hasta llegara la demencia.
Eso lleva a la pregunta que se nos hace en la consulta:
¿Cuánto alcohol es saludable o perjudicial? Este tema ha sido ampliamente debatido durante años: ¿Existe una cantidad “segura” de alcohol que se pueda consumir sin riesgos significativos para la salud? En los últimos tiempos y en base a múltiples publicaciones, la respuesta sugiere que cualquier cantidad de alcohol puede ser perjudicial, en las siguientes áreas:
Riesgo de cáncer
El alcohol ha sido clasificado como un carcinógeno del Grupo 1 por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer. Esto significa que hay suficiente evidencia para afirmar que el alcohol puede causar cáncer en humanos. Los tipos de cáncer más comunes asociados con el consumo de alcohol incluyen el cáncer de mama, hígado, colon y esófago.
Enfermedades cardiovasculares
Este es un tema particular, ya que algunos estudios han sugerido que el consumo moderado de alcohol, especialmente vino tinto, podría tener beneficios para la salud cardiovascular, pero hoy se considera a la evidencia no concluyente y de alguna manera se logran los mismos beneficios con alimentación específica, ejercicio y eventualmente el suplemento de polifenoles, entre los que se encuentran, por ejemplo, el resveratrol (no flavonoide) y la quercetina (flavonoide). Como ambos se encuentran en los vinos rojos, se dice que el consumo moderado (máximo, una copa al día) es saludable. Otra literatura señala que a pesar de esos productos, el efecto es negativo.
Daño hepático Si bien se puede llegar a enfermedades hepáticas graves, como la cirrosis y la hepatitis alcohólica, incluso el consumo moderado altera la capacidad de actuar de ese laboratorio depurador que es el hígado de funcionar correctamente, llevando por ejemplo a fenómenos inflamatorios de todo tipo.
Por último, los que probablemente sean más evidentes que son los problemas mentales y conductuales. Quizás este sea el núcleo de la cuestión por los efectos neurológicos y en consecuencia comportamentales, de todo tipo. La presencia de cuadros concretos como ansiedad, depresión, trastornos de sueño está claramente comprobada, así como en particular las conductas de riesgo ligada al aspecto del alcohol como depresor del sistema nervioso.
Los efectos se pueden clasificar a corto y a largo plazo. El problema en la relativización del consumo es que los de corto plazo se consideran casi parte de la normalidad dentro de nuestra cultura y así de alguna manera inocuos y reversibles. Así una borrachera parece ser en jóvenes, algo sin consecuencias posteriores y “recreacional”, un aspecto elevado al altar del hedonismo.
Los efectos a corto y largo plazo del consumo de alcohol
Los efectos a corto plazo son:
Deterioro cognitivo: Aún pequeñas cantidades impactan claramente en las funciones mentales, provocando en principio una liberación de funciones, locuacidad, rapidez de pensamiento, etc., pero rápidamente se ven consecuencias en la capacidad de concentración o de orientación y memoria.
Los efectos a largo plazo son más complejos:
Por otro lado, los efectos a nivel social, familiar, laboral, el ingreso en el mundo de las adicciones de otro tipo y la incapacidad de controlar el consumo, son evidentes. Al igual que otro tipo de adicciones, el sujeto ingresa en un mundo en el que niega la patología y encubre en muchos casos detrás de fantasías, y mentiras la realidad a sus allegados, peor más gravemente a sí mismo.
Aunque el consumo moderado de alcohol puede parecer inofensivo, la evidencia sugiere que cualquier cantidad puede ser perjudicial para la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado que no existe un nivel seguro de consumo de alcohol y enfatiza que el riesgo para la salud comienza desde el primer trago y aumenta con la cantidad consumida.
Por otra parte, existen al igual que en otras adicciones, en las cuales el modelo de abordaje es la reducción de daño, diversas propuestas como las de días intermitentes, reducción de cantidad en base a consumos alternativos, envases de menor volumen, por oposición a aquellos que en ciertos ámbitos superan el litro etc.
En ese sentido el mes de octubre en algunos países es “Sober October” (Octubre en sobriedad) propuesto por un asociación de lucha contra el cáncer en el Reino Unido, una suerte de desafío en el que se busca que participen más personas y cuenten sus experiencias en ese mes piloto, como ha cambiado su vida.
Las medidas que se propone son empezar por informarse de los riesgos reales del consumo, entender cuando se está entrando en una adicción a un producto psicoactivo. Si se decide consumir alcohol, buscar la moderación. Existen diversas propuestas respecto a que es moderado, peor puede ser no más de tres días con no más de dos unidades de medida, por ejemplo. Mantener días de sobriedad, en cualquier caso. Buscar alternativas saludables, como bebidas sin alcohol, hidratarse constantemente y no con bebidas alcohólicas, y desde ya tomar al tema con el cuidado que implica que en caso de dudas se debe consultar a un profesional.