La nueva película del griego Yorgos Lanthimos, que adapta una transgresora novela de Alasdair Gray, se presenta como firme candidata al León de Oro de la 80ª Mostra de Venecia.
Por Manu Yánez
Para Fotogramas
En un pasaje revelador de la novela ‘Pobres criaturas’, obra del escocés Alasdair Gray, el narrador, Archie McCandless, se refiere al objeto de su amor platónico de la siguiente manera: “Bella tiene la resistencia emocional de la niñez y, al mismo tiempo, la estatura y la fuerza de una mujer madura (...). Ella es incapaz de toda maldad derivada de la hipocresía y la mentira”. Lo que describe Max es una criatura tan impredecible e indomable como a la vez espléndida, un ser que no necesita empoderarse porque ya lo está desde su nacimiento, o más bien desde su creación. Por su parte, en la película homónima que ha dirigido Yorgos Lanthimos, y que protagoniza con una fiereza kamikaze la genial Emma Stone, Bella no es descrita con estas palabras, dado que el cineasta griego renuncia a emplear el dispositivo literario de la narración en primera persona. Sin embargo, más allá del cambio a una perspectiva más externa, la del propio Lanthimos, la película se mantiene fiel al libro, desplegando una contundente, satírica y grotesca crítica al modo en que las sociedades modernas oprimen al individuo, en particular a la mujer.
En un pasaje revelador de la novela ‘Pobres criaturas’, obra del escocés Alasdair Gray, el narrador, Archie McCandless, se refiere al objeto de su amor platónico de la siguiente manera: “Bella tiene la resistencia emocional de la niñez y, al mismo tiempo, la estatura y la fuerza de una mujer madura (...). Ella es incapaz de toda maldad derivada de la hipocresía y la mentira”. Lo que describe Max es una criatura tan impredecible e indomable como a la vez espléndida, un ser que no necesita empoderarse porque ya lo está desde su nacimiento, o más bien desde su creación. Por su parte, en la película homónima que ha dirigido Yorgos Lanthimos, y que protagoniza con una fiereza kamikaze la genial Emma Stone, Bella no es descrita con estas palabras, dado que el cineasta griego renuncia a emplear el dispositivo literario de la narración en primera persona. Sin embargo, más allá del cambio a una perspectiva más externa, la del propio Lanthimos, la película se mantiene fiel al libro, desplegando una contundente, satírica y grotesca crítica al modo en que las sociedades modernas oprimen al individuo, en particular a la mujer.
Planteada como un festín de transgresiones, ‘Pobres criaturas’ entrecruza, a la manera del pastiche posmodernos, varios de los grandes referentes de la novela gótica. Willem Dafoe da vida a Godwin Baxter, un trasunto del Dr. Frankenstein que es a su vez una criatura monstruosa, llena de cicatrices que hacen pensar en una gestación macabra. Luego entra en escena el también doctor Max McCandles (Ramy Youssef), el narrador de la novela, a quien Godwin le encarga supervisar, cual Pigmalión, la educación de Bella, una extraña joven que se comporta como una recién nacida y que muy pronto experimenta un ardiente despertar sexual.
La fogosa curiosidad que experimenta Bella por el placer carnal se convertirá, por supuesto, en la principal carta con la que cuenta Lanthimos para poner patas arriba los prejuicios imperantes en las sociedades patriarcales (tras su primer encuentro sexual, con un libertino encarnado por Mark Ruffalo, Bella se pregunta en voz alta: “¿Por qué la gente no hace esto todo el tiempo”?). ‘Pobres criaturas’ transcurre en la Europa de finales del siglo XIX –y en particular en la hipócrita Inglaterra victoriana–, pero el discurso del film interpela a la realidad contemporánea. De hecho, a nivel temático, ‘Pobres criaturas’ podría formar un ideal programa doble con ’Creatura’, la nueva película de Elena Martín Gimeno, por no hablar del modo en que Lanthimos actualiza con pulso aguerrido el canto a la liberación femenina que Luis Buñuel imaginó en ‘Belle de Jour’.
En términos audiovisuales, ‘Pobres criaturas’ es un desafío sublime tanto para los sentidos como para el intelecto. Las transiciones del blanco y negro al color acentúan las transgresiones de Bella: su lujuria, su gula, incluso su despertar político, que la llevan hacia la senda del socialismo de tintes anarquistas. Por su parte, Lanthimos vuelve a abrazar el pensamiento de Bertolt Brecht, quien pensaba que el artificio era la mejor herramienta para sacudir la consciencia del espectador. Así, el griego bombardea al espectador con imágenes deformadas por lentes de ojo de pez, con zooms violentos y con grandes escenarios construidos en estudio y digitalmente. Es como si el cine de Stanley Kubrick (en especial ‘Barry Lyndon’) se hermanara con el de Federico Fellini (‘Y la nave va’) para embestir con virulencia contra el modo en que la sociedad impone jerarquías, instiga la explotación y fomenta la ignorancia. No parece casual que Lanthimos elija a Hanna Schygulla, la musa de R.W. Fassbinder, para interpretar a una de las pocas aliadas que Bella encuentra en su odisea hacia el conocimiento y la libertad.