El nuevo hogar es un colectivo de media distancia que acondicionaron con cuatro ambientes, una cocina completa, la sala de estar y un comedor.
“Me convencí sola. Sin pedir permiso me subí a esta aventura…”, cuenta Miriam, de 87 años y madre de María Teresa, la copiloto de esta travesía mundial, y abuela de los otros cinco integrantes que viajan a bordo de una “carroza viajera”.
De un día para el otro, Miriam pasó de dormir en su cómoda casa a contemplar sus noches en una de las habitaciones del colectivo de 13 metros de largo y 2,5 metros de ancho que, diseñó su yerno. “No conocía este tipo de vida nómada, sin prisa ni tiempos agitados”, le explica a Infobae. “Es lindo poder vivir nuevas experiencias a esta altura de la vida”.
El punto de partida
Miriam siempre compartió su rutina con su única hija, casada con Martín Gauna. La pareja se conoció en 1996 en la Santa Fe capital, donde se pusieron de novios y tuvieron a sus cinco hijos: Pablo (23), Juan Martin (12), Diogo (7), Indra (5), Rona (18 meses).
En la ciudad la familia llevaba una vida rutinaria. Juntos organizaban eventos sociales, y en paralelo, Martín hacía algunas tareas a pedido como diseñador gráfico. “El ritmo era sistémico, no había mucho tiempo para pensar o planificar. Siempre estábamos bajo algún tipo de presión, como si se tratara de una carrera”, comenta el yerno de Miriam.
Pero en 2017 la vida familiar tuvo un giro de 180 grados. “Un día conocí a alguien que me enseñó un poco más de lo que yo conocía del mundo”, explica Martín. Ese alguien resultó ser un integrante de la Familia Zapp, los argentinos que viajan por el mundo en un auto de 1918 desde el año 2000. “Estábamos en la cama, queríamos despejarnos después de un día laboral estresante. Y encontramos una entrevista donde ellos contaban su travesía. Al principio estaba escéptico, descreído, hasta que su relato nos atrapó”.
Se lo comentaron a Miriam, que no quiso saber nada del tema. “Me parecía una idea loca. No entendía por qué querían dejar todo lo logrado para perderse por ahí”, agrega.
A partir de ese momento, la pareja puso en marcha un plan que demoró en concretarse casi tres años. Lo primero que hicieron fue deshacerse de lo material: vendieron la casa, los muebles, las bicicletas y los autos. Pero eso no fue todo: lograron migrar el trabajo presencial al remoto. “Sin prever lo que vino después con el encierro por el Covid-19″, recuerdan.
Con todo lo necesario organizado, imaginaron convertir un colectivo de media distancia en su nuevo hogar. Espacioso, seguro y resistente para largos trayectos. “Cuando lo vimos estaba con su diseño original de butacas, las quitamos y empezamos a idear nuestra casa”, explica Martín.
En pleno proceso de construcción llegó la pandemia, un imprevisto que los tomó por sorpresa, pero no se dieron por vencidos.
Chimuela es el nombre elegido para su casa rodante. “Los chicos lo bautizaron así a partir de la película “Cómo entrenar a tu Dragón”. Los 32 metros cubiertos están divididos en cuatro ambientes, una cocina completa, sala de estar y comedor. La habitación para Martín y Tere. El espacio resguardado de Miriam y por otro lado las camas cuchetas para los chicos. El portaequipajes es la baulera familiar. Instalaron paneles solares para tener corriente eléctrica y una conexión de red para agua potable. “El resto es como una casa común, con sus electrodomésticos, televisores y computadoras”.
Poner primera, con la abuela
El 11 de diciembre salieron de Santa Fe rumbo a Sierra de la ventana e hicieron base en Santa Clara del Mar. “Anotamos a los tres chicos en edad escolar en el plan del ejército de educación a distancia, pero como no pudimos salir del país, siguieron el programa presencial”.
-¿Cuáles son las ventajas de vivir sobre ruedas?
-Poder cambiar el patio y conocer la belleza del mundo. No tiene que ver sólo con los paisajes, sino con la gente con la que nos cruzamos, siempre nos reciben con amor.
En los chicos notamos la evolución en su desarrollo personal: son libres, sociables y resolutivos. Y la abuela Miriam dice que ganó cinco años de vida… La notamos muy activa.
No solo ganaron calidad de vida, sino que adoptaron una filosofía del slow living -una forma más pausada y consciente-. Si bien salió con ahorros y se solventa a través de encargos de diseños digitales, Martín confiesa que su costo de vida es un 60 % menor al que tenían en la ciudad. “Gastamos en combustible, dos planes de teléfonos, comida… y algún imprevisto”.
“Cuando el contexto sanitario esté más controlado queremos cruzar las fronteras por el norte del país. La abuela aún no ha visitado destinos internacionales. La próxima parada segura es Ushuaia”.
-Miriam, ¿volvería a su vida anterior?
No. Estoy fascinada, todas fueron ganancias.