Como quien escribe estas líneas acababa de deleitarse revisionando Cowboy Bebop, la serie anime original disponible asimismo en Netflix, es especialmente doloroso hablaros de la adaptación en imagen real, también llamada Cowboy Bebop que llegará a la plataforma el 19 de noviembre.
Por Raquel Hernández Luján
Para Hobby Consolas
Para comprender por qué, habría que hablar de algo que está más allá de la forma y del contenido: de la sensación, del feeling tan distinto que produce una y otra obra. Mientras que el anime era tremendamente humano, remitiéndonos a unos personajes, de alguna forma, cautivos de su pasado, la nueva serie tiende a convertirse en no pocas ocasiones en una fiesta de cosplay sin alma.
Decir esto puede parecer cruel, sobre todo porque hay talento delante y detrás de la cámara. Para empezar, el diseño de producción es ambicioso y el casting del trío protagonista bastante acertado.
La dinámica de amor-odio que hay entre los personajes, sus lealtades y rencillas, le aportan la pimienta necesaria a la historia que sabe conjugar con acierto humor, acción y dramas compartidos.
Tenemos a un policía caído en desgracia que ha perdido a su familia, a una mujer amnésica en busca de su verdadera identidad y a un irredento exsicario reconvertido en cazarrecompensas que no ha olvidado a su gran amor y está dispuesto a arriesgarlo todo para recuperarlo.
Contra todo pronóstico, hay una buena química entre los intérpretes escogidos para dar vida a la tripulación de la Bebop: los tres consiguen meterse bien en sus respectivos roles con John Cho y Mustafa Shakir como compañeros en plan buddy movie espacial.
Y es todo un acierto no demorar la aparición de Faye Valentine puesto que Daniella Pineda es toda una fuerza de la naturaleza: lo mejor de la serie con diferencia. Se agradece incluso que se le dé un mayor trasfondo y su propio espacio, algo más amable y clemente que el de la serie original.
Sin embargo, ésta nueva Cowboy Bebop tiene abundantes puntos de divergencia con el material que le sirve de base. Esto no es una sorpresa: ya nos habían anunciado que veríamos una suerte de "ampliación del canon", pero el problema es que lo que se introduce como novedad, rara vez funciona.
Todo lo relativo a las tramas de los cazarrecompensas tiene sentido y está bien alambicado para casar con una trama mayor y que su aparición no sea meramente episódica, pero el trasfondo, basado en el drama del triángulo amoroso de Spike-Julia-Vicious y el poderoso sindicato del crimen Red Dragon, hace aguas desde el comienzo hasta el final (siendo bastante sangrante el desenlace).
Muy desacertado el casting, la caracterización y la dirección interpretativa de Alex Hassell y Elena Satine, que nunca encuentran el tono adecuado para sus erráticos personajes Vicious y Julia (lo de los pelos, ya es de juzgado de guardia).
¡Y no será porque no nos lo esperáramos! Cuando os hablamos de lo que era necesario que Cowboy Bebop conservara, teníamos muy claro que la trama de Julia no debía ser demasiado obvia... no hay que dárselo todo mascado a los espectadores.
Era de ley recrearse en el misterio que envuelve ese amor trágico, único, irrepetible y fatal que tan bien entronca en sus códigos con el cine negro porque era en ese arco dramático en el que estaba condensado el mensaje principal de la serie, casi determinista, de que el destino está prefijado.
La serie de acción real tira por la borda todo eso cambiando completamente la historia y perdiendo por el camino la esencia y la poesía de la narración. Los escenarios, los antagonistas, está todo ahí, a veces de forma muy distinta, en otras de forma casi literal, pero no alcanzan a dejar el poso que deberían.
Cowboy Bebop expresa tanto con sus imágenes como con su banda sonora. Son un tándem indisoluble y aquí volvemos a contar con los temas principales de la extraordinaria y ecléctica Yoko Kanno... pero también se han introducido nuevos temas en los que se siente cierta irregularidad: algunos son tan cautivadores como los del anime, otros no tienen la misma fuerza ni de lejos.
Pero, en cualquier caso, la alquimia del anime se ha perdido. No es fácil meter tantísimos elementos en una historia y que ésta brille... repetir un prodigio de esta envergadura por segunda vez, es imposible: la frescura, la originalidad y el atrevimiento se pierden solo por el hecho de que ya lo hemos visto antes y genuinamente creaban un todo que iba más allá de la suma de sus partes.
Como le sucedía a la propia tripulación de la Bebop, esa extraña familia escogida en la que cada uno "cargaba" con su pasado de mierda, como un sueño del que no se puede o se quiere despertar, persiguiendo entelequias entre compañeros de viaje casuales cuyo trasfondo personal era al final menos importante que algo tan inmediato y prosaico como comer.
En resumidas cuentas, aquellos que sean muy fans de Cowboy Bebop (me resisto a pensar que haya alguien a quien no le guste, pero alguien habrá....) se van a sentir muy decepcionados mientras que los que se acerquen por primera vez a este título lo mismo piensan que los primeros estamos locos.
Se supone que el gancho para la segunda temporada es la aparición de uno de los personajes más locos e histriónicos del anime... pero casi parece el último clavo en el ataúd de la serie. No deja de ser curioso que con episodios mucho más cortos, incisivos, brutos y voluntariamente crípticos a veces, sintiéramos que estábamos ante algo infinitamente más grande y maduro.
Adaptar Cowboy Bebop era un reto enorme: hay que alabar el riesgo adoptado por los creadores, pero también tirarles de las orejas porque no era en absoluto necesario. Nuestro consuelo será regresar a la Bebop del anime, también disponible en Netflix, por fortuna.