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Opinión y Actualidad

¿El único enemigo es el virus?

Al margen de los casi incomprensibles daños que se inflige el Gobierno, como en los enredos de decisiones y acusaciones por el esquema tarifario del sector energético que provocan un festín de la derecha mediática, es el manejo de la pandemia lo que determina el humor social de corto plazo.

04/05/2021

Por Eduardo Aliverti
Para Página 12

No semeja muy atractivo ni imprescindible reparar con vueltas y más vueltas sobre las medidas anunciadas.

Cada quien ya tiene su postura indefectible; el Gobierno ha trazado un rumbo coyuntural; la aceptación o rechazo de ese camino influirá en que la respuesta habrá de estar en la eficacia sanitaria para contener al bicho (lo cual comprende a las actitudes personales y de grupos); la confianza o aceptación mayoritaria es clave para atravesar el momento más difícil, en espera de las vacunas amarrocadas por el mundo que las produce. Y otro tanto lo será el aguante del Estado para sostener la economía en forma que de ningunísima manera satisfará al conjunto. Básicamente.

El gobierno de la Ciudad retrocedió unos metros tras su empaque irresponsable, reconoció que las resoluciones de hace quince días dan algún resultado y no es descartable que el bicho termine de hacerlo entrar en razones acerca de lo que pretende mantener.

Sin embargo, del mismo modo en que las medidas del gobierno nacional cuentan con adherentes pero no con entusiastas, simplemente porque nadie puede entusiasmarse con presente y panorama semejantes, es notable cómo los rechazadores incrementan su inquina.

Volvieron a profundizarse las peroratas sobre “la política” que no sirve en absoluto, la falta de ética dirigencial sólo de “la política”, la corrupción “de los políticos” y así de continuo.

En la revista digital LaTecla@Eñe hay un artículo muy interesante del filosofo Diego Tatián, acerca del “discurso ético” como destitución de la política.

El concepto central es que, al haberse sustituido la lucha contra la injusticia por la lucha contra la corrupción, se congelan las resistencias, se desvanece el deseo de emancipación, se bloquea lo imaginativo o se lo constriñe a lo existente.

Amparado por el discurso ético, dice Tatián, el estado de la dominación capitalista permanece incuestionado e intacto. Y se liquidan como simple exterminio las ideas y acciones que no se acomodan a aquélla.

Agrega que los conflictos sociales son representados como problemas técnicos cuya solución es obstruida por “la política”. Se busca convencer acerca de que es la insuficiencia ética, y no las condiciones estructurales impuestas por los poderosos, lo que vuelve inviable el desarrollo económico de los países en dificultades para lograrlo.

La simplota pero certera traducción local de lo que señala Tatián (no sólo argentina, seguramente) es el auge del indignacionismo agotador, en cabeza de esa oposición que apenas es oposicionista y que, sobre todo, se expresa a través de sus cabezas mediáticas amplificadas por las redes. Y/o viceversa.

Así, y por caso nada menos que frente a la pandemia, los problemas claves consisten en piqueteros que cortan el tránsito con el barbijo mal colocado (jamás en los grupos de republicanistas conmovidos que hacen lo mismo). Y en que Formosa vacunó al 90 por ciento de los presos, equiparando cárceles con geriátricos. Y en que no da para festejar 10 millones de vacunas arribadas, porque el porcentaje de vacunados con las dos dosis nos compara poco menos que con África. Y en que no puede ser que haya fútbol mientras a la vez suspenden las clases, aunque sí hay dictado presencial en la mayoría del territorio. Y en que se quejan con razón gastronómicos y comerciantes, mientras no es otra cosa que lo dictaminado por los países “centrales” con mucho más rigor. Y en que fallan los controles (que en verdad fallan, bien que cuando los implementan también estallan las quejas), pero como si en primer lugar se tratara de reprimir (y si se reprime avanza el totalitarismo K) y no de entender que el objetivo no es otro, ni podría serlo, que la reducción de daños.

¿Qué se pretendería? ¿Un Estado orwelliano o revolucionario con cuáles fuerzas efectivas, además, siendo que hay una capacidad estatal devastada con el concurso de tantos que votan eso?

Se vuelve, entonces, a aquello de lo que no se habla mientras se practica el facilismo de indignarse con lo que está más a mano, que siempre pasa mucho antes por el costo de “la política” en reemplazo de formadores de precios, intereses monopólicos y oligopólicos, indefensión popular frente a ellos. Antes por la corrupción “política”, y nunca por los pillos y las mafias del gran empresariado.

Nada de eso excusa las barbaridades de la dimensión del gasto estatal ineficiente en algunas o muchas áreas, incluyendo que pudiera o debiera revisarse cómo actúa el esquema de la representatividad democrática.

Pero lo que seguro no debe ser es que se cargue en la dirigencia política absolutamente todo el peso de lo que funciona mal y de lo que subleva al ánimo colectivo, en el país donde, sin ir más lejos, los factores de poder se escandalizaron por la ley que impone una mínima contribución de emergencia a un puñado de ricachones. Y que acaban de producir otra manifestación indignada por el proyecto de aumentar en forma progresiva la alícuota de Ganancias, a un universo que sólo “perjudica” a un 10 por ciento de grandes empresas.

“La política” institucional --claro que además de corregir sus pústulas corruptas-- tendría que entrar en discusión acerca de otras varias cuestiones menos silvestres (es un decir), como el hecho de que cierta inoperancia de las gestiones progres ante las dictaduras económicas abre paso a derechas que se extremo-derechizan.

Ocurre con los partidos sistémicos de esa franja y con outsiders antisistémicos, que son los reaccionarios más sistémicos de todos.

No será el quejismo frívolo lo que nos saque, más tarde o más temprano, de la tragedia que azota a la humanidad y en particular a países como el nuestro, con graves desequilibrios sociales.

Será la política bien entendida y quienes estimen que es una frase hecha deberían detenerse un rato en cómo sucede que, desde el último perejil hasta las cumbres más concentradas, se exige la asistencia del Estado.

Sobre lo primero las causas van de suyo, pero en torno de lo segundo la ironía es formidable. Las corporaciones industriales, las empresas del área energética, las de telecomunicaciones, los conglomerados de comercio mayorista y minorista, las cámaras de medicina privada, las del sector privado de la educación, claman por el Estado.

Y está bien. El pequeño detalle o uno de ellos es que al Estado, en su sentido de devastación extra-pandémico y en sus probabilidades de regular la injusticia social, se lo fumó el gobierno de Macri. Sin perjuicio de los errores de las administraciones previas, naturalmente.

Pero eso no es “la política”…

Hace unas horas fue el Día del Trabajador, que no del trabajo, y sirve caer en algunos lugares de los que parece haberse perdido de vista que, más que comunes, son comunes a casi todos.

Comunes a quienes sufren, y comunes a quienes creen en las salvaciones individuales de los dramas masivos.

Por las causas que fueren, para eludir momentáneamente polémicas bizantinas que conducen a la nada resolutiva, los trabajadores atraviesan una etapa esperpéntica. Pobreza en cerca de la mitad de los habitantes, pérdida de fuentes laborales, informalidad y, como si fuera poco, atención al escenario “postpandémico” al haberse reafirmado que la cuarta revolución tecnológica deja demasiada gente afuera del mundo que conocimos. Ese mundo de los trabajadores en su acepción de clase “obrera” (no hablemos ya de la conciencia como tales...).

¿Quién va a sacar a los trabajadores del riesgo tremebundo de esta crisis civilizatoria, antes que hacerlos entrar en sus fantásticas ventajas? ¿El discurso de la antipolítica? ¿El creer que los principales intereses a afectar son la burocracia del Estado y la corrupción de baja estofa?

Se supone que la respuesta negativa, a preguntas como ésas, está clara en el universo de lectores y audiencias conscientes de que la prioridad es que no vuelva a gobernar la derecha, y que debe respaldarse a toda costa este experimento coalicional de sectores peronistas, panperonistas, de izquierda e inclusive liberalotes.

El Presidente dijo el viernes que su único enemigo es el virus. Que no tiene otros.

Se comprende perfectamente el marco en que lo dijo, y la necesidad de no someterse a una verba confrontativa mientras anuncia malas noticias.

Pero digamos que hay algunos enemigos más. Y que el Gobierno debe mostrarlos más claramente.